Somos tan jóvenes, Sargtrr…

«Más reinos derribó la soberbia que la espada; más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros».

-Diego de Saavedra Fajardo

Queridos(as) lectores(as):

En verdad que hay veces que la vida nos guarda ocasiones para darnos cuenta de lo que fue, pero sobre todo de lo que fuimos. Hace unos días, un amigo me invitó a un seminario que está dando sobre el existencialismo francés. Sus alumnos son de licenciatura en Filosofía. Le dije que con todo gusto, pero que me reservaba a opinar o participar, que yo sólo quería escuchar. Una vez en el salón, me fui para la parte de atrás. Poco a poco fueron llegando los alumnos hasta que pude contar 17 asistentes. Mi amigo empezó compartiendo algunas líneas de pensamiento importantes para poder seguir con los temas que habían quedado -me imagino- pendientes en clases anteriores.

Cuando preguntó que si tenían alguna duda, uno de sus estudiantes levantó la mano y tras habérsele dado la palabra, comenzó preguntando: «Disculpe, ¿pero qué fue lo que dijo sobre lo que comentaba Sartre…». No tuvo tiempo de poder acabar su pregunta, ya que otra compañera interrumpió gritando un poco afectada: ¡Se pronuncia «Sargtrr»! El joven en cuestión había pronunciado el apellido del filósofo francés tal y como se escribe. Cosa que al parecer molestó a la chica, ya que hasta para decirlo le noté un acento francés para ello. «Sí, bueno, SARGTRR…», refunfuñó molestó. Los comentarios no se hicieron esperar y escuché uno que otro «ay, ahí va esta mamad…ra». Lo demás que sucedió no tiene importancia en nuestro encuentro de hoy.

Destacar

Sinceramente me dio mucha risa eso que pasó sólo por la incorrecta pronunciación del alumno. Pero, Héctor, ¿no se supone que si estás estudiando algo, tienes que hacerlo bien? Claro, no cabe la menor duda. Sin embargo, para esto recuerdo al querido Dr. Carlos Kramsky Steinpreis, quien solía «cambiarle» el nombre a los filósofos que íbamos viendo con él. Pienso, por ejemplo, cuando tocó el turno de René Descartes (que siguiendo la exigencia lingüística de la compañera, se pronuncia «Decárt»), él sin hacer gran cosa sólo se «atrevía» a decirle: «Nuestro muy respetado Renato Descártes… ¡aplausos!». Nombres y pronunciaciones. Y, en efecto, esas exigencias me parece que se quedan muy en lo personal. Ah, pero lo que también es personal es que TODOS en algún momento hemos querido sacar a lucir nuestro conocimiento sobre algo. Y sí, se llama «necesidad de reconocimiento». Pero para fortuna de nuestro ego, el filósofo alemán, Wilhelm Friedrich Hegel, sostenía que el ser humano tiene una tendencia natural a buscar ser reconocido por el otro… PERO… descuida que el otro también está esperando ser reconocido.

Cuando digo que TODOS hemos pasado por eso, por supuesto que me incluyo. Y me parece que es normal, entendible, que como alumnos en la universidad, exista una cierta competencia inconsciente (aunque en muchos casos bastante consciente) entre todos. La humildad, sobre todo en este tipo de carreras como lo es Filosofía, es una palabra que se va aprendiendo con en el paso de los años y tras ser apaleados y centrados por gente que sí sabe más que nosotros. ¿Pero está mal en verdad tratar de destacar del resto? No, de hecho es algo bastante esperable en la natural y bien demostrada puja de poder. ¿Quién es quién? Pero no tratemos de justificar esta arrogancia y soberbia de una manera tan simplona. Porque en esos escenarios está bien que exista el pensamiento y el comportamiento arrogante (que demuestra muchas inseguridades), pero lo que nos debe llamar la atención es que no se vaya diluyendo con el paso del tiempo y, por el contrario, pareciera que se acentúa más y más.

Una atención negada

Muy por el contrario de lo que opinan otros colegas, yo me atrevo a sostener que la arrogancia y la soberbia son cosas muy necesarias para el correcto desarrollo profesional y personal de las personas. Es decir, muchas veces necesitamos que le pongan freno a nuestro pretencioso narciso que llevamos dentro. Nada mejor que «pegarse de frente con la realidad» para dejar de seguir viviendo en el error. No se puede tener una virtud sin que se conozca el otro lado, me refiero al vicio o a «esas cosas no deseables en una persona». ¿Pero qué pasa cuando ya van varios topes y topes con la realidad? En definitiva hay algo que no está bien, algo que estamos haciendo mal, algo que no estamos viendo… ¡la soberbia y la arrogancia son gritos pidiendo atención! Una vez más, se trata de un asunto de mirada, de asumirse parte de un mundo en el que estamos muchos pero que cada uno tiene su propio espacio. Por eso es que hay mucho adulto que sigue comportándose como un adolescente (que a-dolece) eterno.

Esta necesidad de atención tiene muchas formas de exigirla, pero de las más comunes son esas en las que uno tiene que exaltarse por encima de los demás. Pero una vez estando allá «arriba», ve a los demás hacia abajo, los ve menos, aunque no es que ellos lo sean, sino que se sabe parte de ese grupo, que nada más está arriba de manera momentánea mientras que los demás le miran hacia arriba. La ley de la gravedad nos ayuda a entender que todo lo que sube tiene que bajar, tarde o temprano así será. Quizá el problema radica en la desesperada intención de quedarse por encima de los demás y evitar mostrar cosas que los demás no «deben ver». Son momentos en los que se quiere tener «el micrófono», ser el centro de atención, ser el que busca ser visto, ser escuchado, ser tomado en cuenta. ¿Aplausos? ¿Veneración? Sí, pero es más profundo que eso. Curiosamente los que más ruido llegan a hacer son a los que más los han tenido en el silencio, en la soledad y, en muchos casos, en el terrible olvido.

Quizá lo más correcto hubiera sido dejar que el compañero terminara de hacer su pregunta, y en otro momento a solas, decirle a modo de consejo: «se dice así». ¿Qué ganaría la chica? Ser vista, ser escuchada, ser tomada en cuenta, pero no de forma exigente, sino con agradecimiento y compañerismo. En fin, no digamos más sobre el deber ser porque abrimos un debate interminable y no estamos para pelearnos sin sentido.

*Perdón por las veces que seguramente fui un hígado (así decimos acá en México para decir «perdón por ser un cabrón»). También se vale ponerme freno cuando sea necesario. Y lo agradeceré mucho.

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