«La esperanza es el sueño del hombre despierto»
-Aristóteles
Queridos(as) lectores(as):
Hace ya muchos años, un primo mío me regaló cuando yo era niño un juego de computadora llamado La Pantera Rosa: misión peligrosa. Evidentemente se trataba sobre el famoso personaje diseñado por el prestigioso animador, Friz Freleng, en 1963. Pero no ahondaré mucho sobre dicho juego, sólo quiero concentrarme en un momento en el que se habla precisamente de los sueños. Pero, ¿qué son los sueños? Ya hemos tenido oportunidad de revisar en encuentros anteriores, y profundizar más, sobre este tema. Sólo recordemos que para Freud, los sueños son la realización del deseo. Todo lo que no se puede realizar, o que cuesta mucho trabajo al menos a nivel consciente, el sueño lo hace posible, aunque siempre bajo un sutil disfraz para que no se vuelva una experiencia insoportable para el sujeto. Pongamos atención a los sueños para que no descuidemos nuestro deseo.
Del momento del que les hablo en el juego, nos sitúa en un viaje que la Pantera Rosa hace a Australia y en el que le explican un poco sobre los aborígenes. El tiempo de los sueños, en este caso, nos habla de los orígenes de estos hombres, de su profunda relación con la naturaleza y el porvenir de su Historia. Pero, si traemos esa reflexión a nuestra propia vida, ¿de qué hablaría nuestro tiempo de los sueños? De la infancia que poco a poco se desvanece con el desprecio que se genera por las constantes prisas que llevamos a diario. ¿Quién tiene tiempo para soñar?
Son sueños que se sueñan
¿Qué no acaso en nuestra infancia estamos realmente relacionados en intimidad con los deseos? La propia cultura perpetúa dicha relación con festividades y momentos en los que los niños se familiarizan con el deseo, la fantasía y la imaginación. «¿Qué quieren ser cuando sean grandes?», nos preguntaba la maestra en el preescolar. «¡Quiero ser policía! ¡Yo bombero! ¡Yo astronauta! ¡Yo bailarina! ¡Yo doctora!», etc. Los niños contestan con total ilusión sin saber exactamente lo que están diciendo. Hay algo que llena de emoción y fantasía a los peques y los lleva a desear eso con profundo interés. ¿Pero qué pasa en el camino? Sucede que «despertamos» y nos damos cuenta que el mundo no es tan «bonito», que existen cosas totalmente diferentes y que ahora, con ojos de adulto, vemos que no todo es de color. Eso es al menos desde la perspectiva negativa de la vida. Pero lo cierto es que ese despertar acribilla poco a poco la capacidad de apostar por cosas que realmente deseamos.

«¿Quién soy yo para poder hacer esto? ¿Quién soy yo para poder tener aquello?», cosas así nos preguntamos a diario. Resuena en el recuerdo aquella invitación del Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». ¿Pero quién soy? En esa pregunta tan famosa yace un deseo primigenio, el de saber quiénes somos, qué estamos haciendo y hacia dónde vamos. Ese deseo de identidad, incluso de pertenencia, suele ser un quebradero de cabeza y más en este tiempo donde pareciera que por todos lados nos bombardean con lo que «debe» ser, con lo que «debemos ser». Si no hay claridad en ese deseo primigenio, ¿cómo podemos defender nuestros demás deseos y no vernos en la terrible situación de despreciarlos y/o abstenernos de realizarlos? Los sueños nos rescatan de esto, pero no pueden ser la solución para todo, porque «sueños, sueños son». Y nada más.
Recuperar lo «perdido»
Son muchas las veces en las que la gente, sobre todo mis pacientes, me dicen que «de qué sirve hablar de tonterías». Para empezar, ¿por qué calificamos de esa manera tan cruel lo que nos inspira, lo que nos ilusiona, lo que nos hace incluso aferrarnos de manera inconsciente a la vida? No, no se trata de tonterías, más bien, muchos nos han hecho verles así. ¿Y quiénes son los responsables? En su mayoría de los casos, esa crueldad proviene de aquellos que se ven incapacitados, que se aceptan derrotados y para quienes los sueños no sirven de nada. Los sueños en realidad nos presentan el deseo, aunque claro, hay que saberlos analizar. Me gusta mucho decirle a las personas que «amar es dejar al otro dormir», pero me parece más apropiado apostar por «amar es dejar al otro soñar». Grandes cosas se han realizado por «sueños tontos». ¿No conocen cuáles? Dense una vuelta por la Historia de las Ideas y se darán cuenta de la estrecha relación y origen de las mismas.

Regresando al deseo primigenio, el del saber quién soy, podríamos recalar en el famoso libro de Lewis Carroll, Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (1865). Quiero pensar que ya tienen una idea a qué parte me estoy dirigiendo, que en efecto se trata del encuentro con La Oruga, quien representa el pensamiento racional que exige una lógica en un mundo «patas arribas». Esa insistencia, bastante molesta, encara a la pobre de Alicia a preguntarse una y otra vez «quién es», llevándola a una auténtica crisis de identidad. Si una inocente niña pasa por ese cuestionamiento, no es de sorprender que haya adultos que a la fecha tengan la misma y angustiosa situación. Pero, ¿es que hay forma de responder eso? En una alternativa para poder apostar por la vida, la formulación existencialista de «nunca se es, sino que se está siendo», nos libera y nos permite vivir la vida a pesar de las circunstancias y a descubrirnos EN CADA MOMENTO DE LA MISMA.
Ayer, hoy, mañana
Para concluir este encuentro, quisiera invitarles a recordar aquellos sueños de la infancia, aquella ilusión que pareciera frustrada. ¿Qué han hecho hasta hoy? Quizá no se han dado cuenta, pero no se han perdido esos sueños del todo, ya que de un modo u otro, cada día hacen algo que rinde homenaje a esas «tonterías» de la niñez. Y si no me creen, ¿han visto la cara de «tontos» que ponen cuando se comen un helado de su sabor favorito? ¿Han visto con cuánta alegría «tonta» disfrutan al hacer cosas divertidas? Vamos, no podemos desterrar los sueños de nuestra vida porque son base de la misma.
Por eso, una vez más, prestemos atención a nuestros sueños y encontremos en ellos las «llaves» hacia una vida más feliz y digna de ser vivida. Los únicos tontos son los que desperdician lo que es tan suyo, como su propio deseo.
