«El amor es el gran refugio del hombre contra la soledad»
-Henry Bataille
Queridos(as) lectores(as):
La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a cierto colegio al sur de la Ciudad de México, ya que una muy querida amiga y colega me invitó a conocer a sus alumnitos de Primaria. «Les traigo a este gigante para que le pregunten lo que quieran»-les dijo. Me dio risa esa presentación tan peculiar y sólo podía notar el verdadero asombro de esos peques ante mi tamaño «colosal» para ellos. Hubo preguntas sobre mi tamaño (que tampoco es que sea la gran cosa porque ciertamente hay más grandes que yo), mi trabajo, si tenía mascotas, etc. Muchas preguntas divertidas y curiosas. Hasta que un peque me preguntó que «por qué existía gente mala en el mundo». Siguiendo mi línea psicoanalítica, le respondí con otra pregunta: «¿Por qué crees que hay gente mala?». A lo que me respondió después de unos segundos: «Porque no tienen amor». ¡Impresionante! ¡Nos dios la vuelta a todos los que nos dedicamos a hacernos esas preguntas!
Después de compartir el lunch con ellos y una que otra actividad, me fui para continuar con el día. ¿Cuántas veces se nos «olvida» que es justo el amor la gran respuesta a tantas cosas en la vida? Quien piense que los niños son bobos o ingenuos, realmente refleja su niñez y lo que reflejó de sus adultos. Los niños son muy inteligentes y perceptivos, nunca pongamos en duda eso. Por eso, quiero centrar este encuentro en hacer una pequeña y breve reflexión sobre qué hacer cuando todo falle.
Detente, respira… ¡observa!
Ciertamente es muy común que pensemos que la vida no es justa, que carece de lógica. No me atrevería a plantear lo primero porque requeriría un balance objetivo de las circunstancias. Pensar que si hacemos el bien nos irá bien o que si hacemos el mal nos irá mal, es reducir la vida a una mera expectativa de pseudo justicia. Claro, podríamos decir que sería lo correcto, pero las cosas NO SIEMPRE suelen ser así. Me recuerdo un poco lo que decía el Quijote: «Aún entre los demonios hay algunos que lo son más que otros, y entre muchos hombres malos suele hallarse uno bueno». Es muy fácil juzgar, demasiado, pero lo cierto es que solemos perdernos en ello, de modo que terminamos inventando realidades sin comprender la Verdad.

Ahora bien, no sólo se trata de andar por el mundo a la deriva pensando que estamos llegando a un lugar determinado. ¿Por qué creemos que lo verdaderamente importante está en la meta? Ya lo hemos comentado anteriormente en otro(s) encuentros(s): entre el punto A y el punto B, hay algo de por medio. Eso es el proceso y es ahí donde yace el verdadero aprendizaje de la vida. ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo lo estás haciendo? ¿Por qué lo estás haciendo? ¿Para qué lo estas haciendo? En el andar hay veces que hay que saberse detener para contemplar lo que también hay alrededor. ¿Qué prisa llevamos como para que nos impida contemplar el paisaje, compartir con quienes nos encontramos o simplemente respirar con calma? De eso se trata la vida: no de los que «es», sino de lo que «hay».
Cuando todo falle
Podríamos comenzar por preguntarnos si es que llevamos la vida con demasiada expectativa o si la consideramos con muy poca esperanza. Muchas veces el error radica en querer que las cosas sean tal y como «queremos» que sean. Es como querer darle órdenes al mar de que no moje el lugar donde estamos parados en la playa. Las cosas serán como tienen que ser. Hay que comprender que por mucho que se planeen las cosas, una vez más, no todo está bajo nuestro control y que en la posibilidad misma que somos, tenemos que encontrar el momento adecuado para hacer o dejar de hacer. Podemos sentir la enorme frustración de perder un trabajo, de fracasar en algún proyecto, etc. Todo eso es posible al igual que el triunfo y la victoria. ¿Por qué sí está bien pensar en el éxito pero es impensable a su vez el fracaso? En la exigente sociedad en la que vivimos, nos olvidamos constantemente que el éxito del otro conllevó también fracasos, pues la vida en su sencillez se nos puede llegar a presentar bastante compleja. ¿De qué forma estamos viviendo?

«Porque no tienen amor», me sigue haciendo eco esa maravillosa respuesta. No hablemos solamente del amor propio, del que damos o del que recibimos. ¿Por qué no hablar también del amor con el que se hacen las cosas? Quien ama lo que hace y lo ofrece con amor, siempre recibe una satisfacción más grande de la que puede llegar a esperar. Por eso, el filósofo danés, Søren A. Kierkegaard, en su propuesta nos invita a «vivir apasionadamente la existencia». Poner amor y pasión en el quehacer diario nos garantiza una experiencia edificante, de la cual aprendemos incluso más de nuestros errores y fracasos. El soberbio puede aprender humildad, el arrogante a ser sensato, el exigente a ser compasivo, el odioso a ser amoroso. Si aprendemos, entonces, a ver el fallo o el fracaso como una oportunidad para edificar nuestra vida hacia una virtud mayor, podemos darnos cuenta que la respuesta yace en verdad en el amor con el que vivimos la vida misma.
No es ni será nunca fácil, pero vale la pena intentarlo. Haciendo eco de lo que decía Stephen Hawking: «Mientras haya vida, hay esperanza», evitemos cerrarnos al mundo y tengamos una disposición completa de abrirnos. Nunca faltará quien diga «¿te ayudo?». Incluso podrían ser ustedes los que estén esperando preguntarle eso a alguien sin siquiera conocerle.
