El ritmo del exilio

«Cuando creíamos que teníamos todas las repuestas, de pronto, cambiaron todas la preguntas».

-Mario Benedetti

Queridos(as) lectores(as):

Hace unas semanas, me reuní con dos queridas amigas y colegas psicoanalistas, para nuestro acostumbrado encuentro donde hablamos de todo un poco y terminamos siempre con ganas de que no se acabe el momento. Una de ellas, Margarita, me recomendó un libro que he conseguido y que poco a poco he aprendido a valorar enormemente. Justo de Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota (1982). Hablar de Benedetti nos conduce, de un modo u otro, a la poesía que escribió, pero nos descuidamos de que también fue un autor que, en palabras de Cristina Peri Rossi, «su obra tiene una trascendencia casi de carácter sociológico». Y sí, al leer este libro, no puedo no sólo aceptar lo dicho, sino que me atrevería a verle como un retratista fiel del exilio. De eso va el libro mencionado, sobre el exilio de muchos, en este caso del Uruguay que pasó de ser un modelo de democracia a una cruel dictadura militar (como los otros ejemplos de naciones latinoamericanas en las que el Plan Cóndor se llevó a cabo por parte de EEUU para evitar el avance del socialismo) en aquellos años.

Pero pensar el exilio es repensar la historia de todavía miles de millones de personas. ¿Cuántas veces hemos escuchado en nuestras familias narrativas sobre el exilio? De cómo los abuelos, los padres, cualquier familiar o persona cercana, se vieron forzados a marcharse al exilio, a «ser valientes» en otro lado, más bien, que tuvieron que «ser» un tiempo después en otro lado. Mucha gente, pensando una vez más en Latinoamérica, somos descendientes directos de esa realidad. Y eso nos has marcado profundamente.

De tangos y coordenadas

Precisamente el tango, ese baile y esa música tan bellos, que surgió en Río de la Plata y que forja un lazo innegable entre Buenos Aires y Montevideo, es un fiel testimonio de lo que exilio significa. Quizá haya quienes sólo disfrutan del canto, del ritmo, la sensualidad del baile y demás, pero que cuando uno se detiene a escuchar la letra, no puede evitar sentir el peso de la nostalgia a modo de triste soneto sobre aquello que se ha perdido y de lo cual se despiertan tantos anhelos de un día volver. Sólo basta con asistir a una milonga (los sitios de tango en Argentina y Uruguay) para poder ser parte del exilio y de su narrativa. Hay muchos tangos que el mundo desconoce porque son parte de aquello que es «muy propio», de aquello que no se comercializa, pero vamos a quedarnos con uno muy famoso, Volver, compuesto por Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. Sólo con este brevísimo fragmento nos damos una idea:

«Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida…
Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos
encadenen mi soñar…»

En la triste realidad del exilio, sólo queda irse y «guardar la esperanza» de un día volver. ¿Pero exactamente a dónde? Ya que hablar de exilio es hablar del tiempo que se va y que no vuelve, de la gente querida a la que se le dice «adiós» sin saber si les volveremos a ver, de los lugares y sus memorias, de atardeceres que no volverán a ser los mismos. Pero también la coordenada es otra, hablamos de los que se quedan «sin nosotros». Por eso es que el exilio es una muerte en vida, un duelo tremendo que apunta hacia todos lados. Tal como lo canta Malena Muyala en La noche más triste:

«La noche que te fuiste
(más triste que ninguna)
palideció la luna
y se tornó más gris la soledad…
La lluvia castigando mi angustia en el cristal
y el viento murmurando : ‘ya no vendrá más’.
La noche que te fuiste
nevó sobre mi hastío
y un hálito de frío
las cosas envolvió…
Mis sueños y mi juventud
cayeron muertos con tu adiós…
La noche que te fuiste
se fue mi corazón…»

Aquí estoy sin estar

Ahora bien, hay veces en las que las personas, de algún modo, acarician con tristeza el exilio sin exactamente estarlo sufriendo. Pero hablo de una sensación de «no estoy aquí», que no somos parte de lo que estamos viviendo. «Me siento tan ajeno a esto», repetía un viejo Abel en las calles de Palermo hace algunos años. Abel, que era peruano, siempre lloraba con profundo pesar de ser hijo de argentinos en el exilio, pero que él sí había logrado regresar a Argentina. «Mirá, querido, estoy aquí cuando no están más». Sus padres habían muerto sin poder regresar a su amado Palermo. El peso del pasado es brutal incluso para quienes sólo crecieron escuchándole. Pero, ¿y cuando no estamos familiarizados con esas tristes realidades? ¿Qué sucede cuando uno se siente ajeno, precisamente, a su propia vida?

Mario Benedetti

En uno de los relatos en Primavera con una esquina rota, Beatriz (los rascacielos), Benedetti dice: «Yo pienso que allá donde está mi papá, a última hora de la tarde debe cundir la tristeza». ¿Qué sucede cuando ese pensar es sobre nosotros mismos en un tiempo y espacio determinado que no es el que estamos viviendo? Esa extraña sensación de, precisamente, extrañeza, pareciera que nos debilita, que nos deprime, que nos hace mirar la vida más como una coincidencia que como una realidad. «¿A dónde voy? ¿Qué hago? ¿Quién soy?» Hay quienes dicen que se llama a esto crisis existencial, sin embargo, me parece que en sí es un cuestionamiento más que esperable cuando la idea de un sentido se vuelve una obligación y no un placer. El placer de «agarrarle sentido» a la vida es algo que queda de lado ante las pretenciosas exigencias sociales hoy en día.

El exilio que elegimos

Curiosamente uno de los momentos en los que el ser humano también puede optar por un exilio voluntario, radica en el «hasta aquí», en el poner límites. Pensar eso muchas veces nos ocasiona demasiado conflicto y miedo a la vez. ¿Quién no ha pensado en dejar de formar parte de un grupo social? ¿De la familia? Es importante considerar que es cierto, que uno encuentra en la incomodidad el mejor pretexto para dejar de seguir así, sin embargo, no es fácil lo que hay que hacer para dejar de estar incómodos. Mas no imposible…

Hay quienes pueden pensar en lo anterior que se trata a una invitación a romper con lo establecido, y quizá así sea, porque después de todo, ¿quién puede afirmar sin temor a equivocarse que aquello que es «normal», aquello que es «lo correcto», es en realidad lo único que es «bueno»? Hay que pensar en que el exilio es siempre algo «que no deja ver otra posibilidad», pero de lo obligatorio a lo voluntario hay tanto que podemos aprender para dejar de engañarnos a nosotros mismos. Y uno de los engaños más crueles que tenemos en esta vida es el engañarnos a nosotros mismos con aquello de «hay que aguantar». ¿Quién por amor es capaz de permitir que le ultrajen, que le lastimen, que le humillen? «Aguantar» es una noción muy fácil de usar para los tiranos…

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