Un poco de claridad

«Hablar con poca claridad lo sabe hacer cualquiera; pero claramente, poquísimos».

-Galileo Galilei

Queridos(as) lectores(as):

En este encuentro, quiero compartir con ustedes la solicitud de Alejandro, quien escribe desde Perú: «Héctor, ¿cómo puedo tener claridad en las cosas cuando estoy lleno de dudas?». La claridad, vaya que es un tema a considerar y más en nuestros días. ¿Pero a qué se refiere el buen Alejandro? Cuando hablamos de «dudas», me parece, estamos hablando de cosas que realmente nos importan. Si no existieran, mucho me temo que las cosas serían tan pasajeras y tan aburridas que cualquiera podría seguir adelante sin detenerse a reflexionar. El hacer por hacer. Justo hace unos días, terminé de leer El desprecio (1954), novela del escritor italiano Alberto Moravia, en ella me topé con esto que me hizo apuntarlo en mi cuaderno de notas: «Cuanto más te invade la duda, más te adhieres a una falsa lucidez de espíritu, con la esperanza de aclarar mediante el razonamiento lo que el sentimiento ha vuelto revuelto y oscuro». El sentimiento y la razón pareciera que siempre están en conflicto. Y así es…

Sin embargo, el pensamiento es el amo y señor de las trampas en nuestro ser. Fuertemente influenciado por el inconsciente, el pensamiento nos puede llevar de un lugar a otro, pintarnos escenarios catastróficos y obligarnos a concluir cosas a veces de modo desesperado. Dirían por ahí, «sobre pensamos las cosas en exceso». ¿Pero no pasa igual con los sentimientos? ¿Acaso es fácil diferenciar las cosas? Entre el querer y el deseo hay brechas que después nos confunden demasiado. Por lo que me parece que la duda, lejos de ser algo «malo», nos permite detener todo y nos abre paso hacia el discernimiento.

De valientes y locos

Decía Aristóteles que «la duda es el principio de la sabiduría». Pero antes de seguir con esto, habría que recordar que la sabiduría no es otra cosa sino lo que hacemos con aquello que conocemos. El conjunto de conocimientos es algo que vamos logrando a lo largo de nuestra vida, sin embargo, de nada nos sirve «coleccionarlos» si no sabemos qué hacer con ello. En muchas ocasiones, nos hemos demostrado a nosotros mismos que no por mucho conocimiento que tengamos sobre algo, significa que sabemos exactamente sobre eso. Un poco confuso, pero vamos a hacer un pequeño esfuerzo: si yo sé que puedo ser diabético y al mismo tiempo disfruto de comer muchos dulces, de nada me sirve lo primero. Ojalá fuera tan sencillo, porque aquí no estamos hablando de pulsiones de vida (Eros) o de muerte (Thanatos).

«Cuanto más lo pienso, dudo…»

Por lo general, las más grandes dudas y donde parece que la claridad es un lujo yacen en los terrenos del amor. ¿Cómo saber si lo que siento por alguien es eso y no otra cosa? ¿Cómo saber si esa persona siente lo mismo por mí? Y muchas otras preguntas en las que no es tan sencillo encontrar respuestas. Y es que en el amor, tal parece, no hay tiempo. Esto nos lleva a pensar que quizá en los sentimientos al menos hay algo seguro: lo sientes o no. La cantidad de afecto o intensidad en el sentimiento es algo aparte. Pero si yo digo «es que me gusta esa persona», puedo estar seguro que es un hecho que me gusta. ¿Qué tanto? Es ahí donde la acción es necesaria para averiguarlo. Charles Bukowski diría que «hay que ser valientes para abrir el corazón y dárselo a alguien». El modo de salir de dudas en el sentimiento es permitirnos vivirlo… no hay más.

De dudas y certezas

No logro recordar dónde leí, ni quién lo decía, que «vivimos en una época de excesivas certezas». Lamentablemente fuera de contexto no hay mucho que decir, pero podríamos darnos la licencia de aterrizar dicha afirmación en cosas meramente prácticas. Es muy común el despreciar la tremenda capacidad de reflexionar sobre las cosas que hacemos día con día, en otras palabras, pareciera que hacemos las cosas más por inercia que por pensadas. ¿Por qué es que estamos tan seguros de las cosas que hacemos y del modo en el que las llevamos a cabo? ¿Qué nos dice la experiencia? Claro, que las cosas van en cierto modo bien. Pero hay un cierto deje de conformidad de no pensarlas hacer quizá de mejor manera. Estamos tan acostumbrados a un ritmo y a modos determinados que no vemos más allá de ello. Quizá tenemos demasiado certeza de que las cosas marchan como deberían, pero no del porqué. ¿Qué pasa si antes de hacer «lo de siempre» nos detenemos por un momento a pensar otras posibilidades? Hay quienes no podemos «vivir» sin nuestro café de la mañana, ¿pero qué pasaría si cambiáremos por un fuerte té negro?

Volviendo con Alejandro, más adelante me compartía que tenía dudas sobre su futuro profesional. Que por un lado tenía la presión familiar de seguir con el camino de la abogacía, por el otro tenía la curiosidad de la Psicología, pero también quería mucho inscribirse en Gastronomía. Siempre estamos atravesados por diversas estructuras que dificultan mucho la toma de decisiones, no cabe duda. Quizá uno de los cuestionamientos más crueles que solemos tener es el famoso «qué dirán» los demás. ¿Pero por qué dependemos tanto de la OPINIÓN de ellos? Es que quizá se enojan, quizá no les guste, quizá no sea lo que esperan de mí… En una ocasión platicaba con ustedes sobre el Ideal del Yo y del Yo Ideal, donde uno nos dirige hacia lo que otros esperan y el otro hacia donde nosotros queremos. En determinado momento hay un cruce de ambos: ¿y ahora? Hay que escuchar lo más que se pueda al deseo y tener claridad en el hecho de que, hagamos lo que hagamos, siempre habrá opiniones a favor o en contra de ello. Pero no podemos permitir que NUESTRA vida sea VIVIDA por otros. La mayor claridad que existe en nuestro actuar es que «no hay libertad sin responsabilidad». Uno elige, uno se hace cargo.

Saber tener claridad

Un querido maestro y amigo, el Dr. Jorge Morán (q.e.p.d.), decía: «¡Que haya luz, sin perder claridad!». A veces, el exceso de certezas nos hace perder claridad sobre las cosas. En un breve ejercicio, pensémonos en un cuarto en completa oscuridad, mismo que está repleto de muchos muebles y que nos tenemos que tratar de mover sin tropezarnos. ¿Difícil, no? ¿Pero qué pasa cuando en otra ocasión, recién abrimos los ojos al despertar y hemos descuidado dejar cerradas las cortinas? La luz entra de tal forma que nos obliga a cerrar los ojos, pues no tenemos claridad. Irónico, ¿no? Pensar que la luz es sinónimo de claridad es darse muchas licencias poéticas. Al contrario, hablamos justo de excesos. Ni muchas dudas ni demasiadas certezas, si no, ¿dónde queda el asombro? Por supuesto hay cosas en las que debemos estar muy seguros (condiciones médicas, cálculos para construcciones, etc.).

En Psicoanálisis, llegamos a entender que muchas veces las afirmaciones tales como «tengo tal», «soy tal», etc., son sólo «la punta del iceberg«. Es por ello que en la asociación libre vamos descubriendo pasajes que nos orientan hacia aspectos un tanto más reservados o privados, mismos que se han visto construidos por años de lucha contra el deseo, miedo a reconocernos, etc. Por eso es que es importante señalar que la claridad no es otra cosa sino un punto y aparte, que da paso hacia más y más dudas. De tal modo que no debemos negarnos el poder tener dudas de las cosas, de hecho, hay que ser claros y decirnos (aceptándolo) que siempre habremos de tener dudas. Es un proceso muy común que se llama «vivir».

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