Mozart y un «escándalo» epistolar

«Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen ridículas»

-Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)

Queridos(as) lectores(as):

Últimamente en distintas páginas de Facebook han estado compartiendo algunos fragmentos de algunas cartas del compositor austriaco, Wolfang Amadeus Mozart, a su prima, Marianne. ¿Y qué tiene? Pues para empezar podemos decir que son de naturaleza romántica, en la que exponía sus sentimientos hacia su prima, mismos que no eran bien vistos por su padre y demás familia. Sin embargo, el contenido erótico en esas expresiones románticas son las que «escandalizan» a los lectores. ¿Cómo es posible que Mozart, siendo el genio que era, se «rebaje» de ese modo tan escandaloso? Pregunta en sumo interesante ya que nos permite, una vez más, darnos cuenta de la manera tan errónea en la que concebimos, de modo casi idolátrico, a la gente que solemos admirar. Les arrebatamos su lado humano y los encaminamos hacia un sendero de perfección y pureza en demasía inocente y absurdo.

De hecho, hace algunos años, salió la película Amadeus (1984), en la cual se mezclaba la ficción con la realidad. Pero lo llamativo de esta película es que exponían a un Mozart (Tom Hulce) siendo un auténtico infeliz, al gran Salieri (F. Murray Abraham) un envidioso mojigato de la nobleza austriaca, y enfrentando a ambos genios de las maneras más humanas imaginables. Es una película que retrata más una historia para vender que lo que sucedió realmente. Pero la parte humana, la parte miserable, es justo lo que incomodó a los amantes de la música y del «buen gusto».

En el mundo hay más ídolos que realidades

Esto último lo encontramos en el libro El ocaso de los ídolos, de Friedrich Nietzsche. Ese constante empeño de despreciar la realidad, de negar la vida, ha hecho que el hombre crezca en ambiciones desproporcionadas, de modo que apueste más por un intransigente imperativo del deber ser, que de lo que es. Apostamos tanto por la reputación, la imagen, la idea, la fascinación propia y el ego desatado, que muchas veces nos olvidamos del suelo que estamos pisando. A decir verdad, las notas que han sacado sobre las cartas de Mozart son algo viejas, ya que tienen años que fueron «expuestas», pero lo que me resulta entretenido es el morbo tremendo que desencadenan en sus muy piadosos seguidores los ídolos reconstruidos con soberbios trazos casi de dioses.

¿Acaso porque Mozart fue un genio en el tema de música, se le tiene prohibido ser hombre? ¿Es que ser hombre implicad abrazar la virtud y desterrar los vicios y demás cosas «negativas» de su propia naturaleza? Demasiada neurosis de por medio. El tema de los ídolos es que se les ve demasiado lejanos de la mundaneidad, por lo que cualquier cosa que hagan que «no esté de acuerdo con esa grandiosidad», es motivo de uno de los más miserables morbos que la sociedad puede generar. «Todos tenemos por dónde cagar», dicen por ahí. ¿Por qué nos sorprende?

Lo escandaloso de ser uno mismo

Sería interesante analizar la fijación anal, y por tanto fecal, del jovencísimo Mozart que se expone en la cartas a Marianne pero también a las demás personas, como a su amada esposa, Constanze Weber. Uno de los fragmentos que se comparten demasiado es:

«Acogeré tu noble persona como bien merece, te sellaré en las nalgas mi membrete, te besaré las manos, dispararé la escopeta del ano, te abrazaré de más, te pondré lavativas por delante y por detrás, te pagaré cuanto te debo sin descuidar ni un pelo y soltaré —y que resuene— un señor pedo (y quizá también algo sólido)».

Un joven adolescente expresando sus deseos sexuales. ¡Qué horror! ¡Pecado! Joder… La naturaleza expresiva de quienes pasan o hemos pasado por esa etapa, no puede ser sino algo que se torna desesperante. De hecho, la propia palabra «adolescente», nos habla de aquel que «adolece». ¿Por qué estigmatizar esto? ¿Es que no puede ser tratándose de Mozart? Ay, mis queridos(as) lectores(as), en verdad insisto en que evitemos idealizar lo que no podemos hacer tan siquiera con nosotros mismos. «Es que yo nunca haría/diría algo así…», por favor. Acostumbrado al lente prejuicioso de la sociedad, el ídolo tiene que encontrar consuelo en la intimidad, lugar donde «podrá ser quien realmente es», sin tener que aparentar para complacer. Aunque es triste e irónicamente chistoso, que la intimidad que unos compartían en la discreción de las relaciones epistolares, años después se consideren cosas de dominio público. Y nos seguimos quejando de que violen nuestra intimidad cuando damos nuestros datos en la red…

Las cartas escritas para otros

Ciertamente, muchos de los más notables personajes de la Historia, compartieron más (sin saberlo) en sus cartas que en lo que estaban conscientes que estaban demostrando. El autor, Simon Sebag Montefiore, en su libro Escritos en la historia (Crítica), nos comparte algunas de las cartas más emblemáticas que tenemos de distintos personajes famosos. En ellas, podemos encontrar romance, miedo, depravación, obscenidades, humor fecal (como en el caso de Mozart), traiciones, infidelidades, etc. ¿Pero dónde queda el amor por los ídolos si nos queremos enterar hasta del modo con el que comían la sopa?

Una de las cartas de Mozart a su prima (¡suerte intentando leer!)

No recuerdo dónde escuché o leí aquello de que «hagas lo que hagas, nunca conozcas en persona a tus ídolos». Y ahora entendemos por qué. Hay que tener claro que los principales responsables de la desilusión que tenemos sobre los ídolos, se debe a nosotros mismos y a todo lo que depositamos en ellos. Es como por ejemplo, en el caso de Jesús de Nazareth, quien representa a Dios Hijo para los creyentes católicos; entendiendo su doble naturaleza, humana y divina, parece que muchos se obsesionan con sólo verlo desde la divina, despreciando la humana, la que lo hace cercano a nosotros. Esa manera de sólo querer ver algo del todo, nos hace caer en nuestra propia trampa. Y de ahí que se desate la neurosis brutal de la imposición absurda.

Deja un comentario