«De todos los animales, el hombre es el más cruel. Es el único que infringe dolor por el placer de hacerlo»
-Mark Twain
Queridos(as) lectores(as):
Es momento de continuar con el tema que comenzamos a tratar la semana pasada sobre la crueldad que ocultamos. Pero en esta ocasión, me gustaría comenzar con un pequeño diálogo que puede ilustrar lo que iremos analizando más adelante:
-Papá, ¿qué pasa si matamos a todos los malos?
-Nos quedaremos los asesinos, hijo.
¿Cuántos de nosotros no hemos fantaseado alguna vez con lastimar o matar a alguien? Recapitulando lo visto anteriormente, el hecho de fantasear con algo así no quiere decir que lo vayamos a hacer, cosa que sucede igual con el soñar algo de esa índole, pues siguiendo la teoría freudiana, el sueño no es sino la realización del deseo. ¿Entonces quiere decir que somos psicópatas en potencia? En primer lugar, tenemos que hacer una aclaración. La psicopatía no se trata de un trastorno mental, sino de un trastorno de personalidad. Es decir, hay que tener claro que la personalidad no es otra cosa sino la manera de ser, por lo que los trastornos nos indican los modos en el que el sujeto se relaciona con el mundo.
En un mundo de psicópatas
La idea que tenemos en general sobre los psicópatas ha sido fielmente desarrollada por Hollywood a lo largo de los años. Sin embargo, no es del todo cierta. El trastorno de personalidad de un psicópata se puede distinguir de la siguiente manera: tendencia a la manipulación y al engaño, carencia de empatía y son antisociales. Pero no dejemos pasar de alto la tremenda capacidad histriónica que tienen al poder pasar por ser muy encantadores. Se trata de figuras dominantes que ejercen mucha presión en su entorno. Ahora bien, no por ello hablamos necesariamente de que todo psicópata llega a cometer crímenes, mucho menos asesinatos. Así que está mal decir que un psicópata es alguien fijo en la «locura», ya que no están desconectados de la realidad.

Podemos hablar perfectamente de psicópatas funcionales. Pero es necesario hacer notar que sus vidas siempre estarán ligadas a lo caótico, ligados a los problemas constantemente. Este trastorno de personalidad convierte al individuo en alguien que hace uso de los demás a modo de objetos, valiéndose de reglas propias. Muchos de estos sujetos, en efecto, gozan de una tremenda inteligencia y suelen hacer uso de ella de un modo egoísta, sádico y con tendencia hacia lo «incorrecto» desde una perspectiva social, por lo que nociones como el bien y el mal son insoportables para ellos. Philippe Pinel, padre de la psiquiatría moderna, acuñó la noción manie sans délire (es decir, manía sin delirio) para referirse a los psicópatas en primera instancia.
De todo un poco
Sigmund Freud llegó a considerar que los neuróticos (de serlo) tenemos un poco de todas las estructuras mentales, sólo que el sentimiento de culpa era algo muy presente en nuestro día a día y que eso, en buena medida, nos limitaba a caer en los terrenos oscuros. Pero eso, en efecto, nos abre un mundo de posibilidades en nuestra fantasía. ¿Pero qué hace que «probemos las dulces mieles» del mal? Ya lo decía Mark Twain: el placer. Hace unos días, un paciente compartía en su sesión que encontraba muy satisfactorio cuando en plena relación sexual con su pareja llegaban a ocurrir «pequeños momentos de violencia» entre ambas partes. Que la excitación era todavía más grande. ¿Es que estaba enfermo por ello? No, porque podemos entender que en el Ello, justamente la parte bestial más oscura del ser humano, existe una exigencia de salir en cualquier oportunidad donde el inconsciente pueda liberarse de las barreras.

Ese pequeño momento en el que sabemos que estamos haciendo algo incorrecto, es cuando precisamente sentimos la adrenalina que recorre nuestro cuerpo, que a su vez se da por el miedo a ser descubiertos. ¡Es excitante! De ahí que la fantasía sea un recurso muy recurrente en muchos momentos del día a día. La violencia, de hecho, está estrechamente ligada a la actividad sexual. El placer es algo que de poder, se libraría de toda regla o ley. Volviendo al imperio de los sueños, por eso es que podemos soñar lo que sea, sin importar lo terrible que pueda resultar, porque ahí no existe Ley alguna que valga. Los sueños van más allá del bien y del mal.
Satisfacción y sustitución
¿Cuántos de ustedes -vuelvo a preguntar- no han fantaseado alguna vez con algo terrible? Por poner un ejemplo, en la caótica Ciudad de México, cada vez que nos enteramos de un hecho violento, que en primer lugar nos indigna y altera, por lo general solemos responder de un modo aún más agresivo: «Ojalá que lo maten», «Ojalá que lo agarren a madrazos hasta matarlo al infeliz», etc. Incluso hay quienes han dicho que «de poder hacerlo, si ven un asalto mientras que van manejando, sin pensarlo pasan por encima del asaltante». Ya saben… pensamientos muy buenos y amables de gente incapaz de hacer algo malo. Pero, una vez más, ¿eso significa que se podría hacer? Ciertamente hay quienes logran un pasaje al acto (sobre advertencia no hay engaño), pero en su mayoría, es casi improbable que se llegue a dar. Tal como diría William Shakespeare, «la crueldad es un tirano sostenido sólo por el miedo». No es tan fácil dar ese tipo de pasos.
En la conformación de la sociedad, se establecen leyes que precisamente buscan sustituir la violencia natural de los individuos. En Vigilar y castigar, Michel Foucault nos habla mucho sobre el tema, que en buena medida podemos resumir en que vivimos en una sociedad que inhibe, reprime, con modos e instituciones «aceptables», el comportamiento de los individuos. Sin embargo, podríamos pensar algo sobre todo esto: ¿qué tanto la búsqueda de justicia se vuelve un disfraz para la venganza? ¿No existe acaso un regocijo, un placer latente, cuando nos enteramos que alguien «malo» la paga con el sistema que cae con todo su poder sobre él? Ese deseo, tan propio del ser humano, queramos o no, es inevitable. Alguien más sufre, sin importar la etiqueta que le pongamos, y con ello otros sonríen.
…continuará…
