Vive… la resistance?

«Donde hay poder, hay resistencia»

-Michael Foucault

Queridos(as) lectores(as):

Desde que comenzó la pandemia hasta el día de hoy, se ha hablado fuerte e insistentemente sobre la importancia de la salud mental y cómo ésta se ha visto perjudicada de muchos modos, pero sobre todo, ha venido a ser una complejidad para quienes pasaron por el contagio, la enfermedad y muerte de seres queridos y demás consecuencias. La ansiedad desatada, la depresión, el insomnio, las crisis existenciales, etc., se han venido a fortalecer de una manera tal que no cabe la menor duda de la necesidad de apoyo en la psiquiatría, psicoterapias y, por supuesto, el psicoanálisis.

Sin embargo, a pesar de que muchos afirman «ya no poder con más», y a pesar de la gran oferta existente de profesionales de salud mental, hay quienes todavía se ven lejos de comenzar una terapia o un proceso de análisis. Desde los famosos tabúes del tipo «ni que estuviera loco», «es que tengo miedo a las medicaciones», hasta los muy aventurados como «esas cosas son un fraude», siempre parece que hay un impedimento. En fin, de todo un poco, pero son constantes esas muestras que conocemos en este campo como auténticas resistencias.

La ilusión de poder

En 1925, Sigmund Freud publicó un texto llamado Inhibición, síntoma y angustia, donde realiza una importante labor de investigación y que culminó con el desarrollo de toda una clasificación de resistencias. Para ahorrarnos un poco el trabajo, vamos a decir que para Freud, toda resistencia es una fuerza de oposición al trabajo psicoanalítico. En encuentros anteriores, hemos señalado que si bien existe el deseo de saber más sobre uno mismo, también existe un temor de hacerlo. ¿Pero por qué? Al empezar citando a Foucault, tendremos una clave para esto que estamos tratando: el ser humano tiene una ilusión de poder sobre su vida y sobre el acontecer alrededor de él, por lo que cuando ve en peligro de perder dicho poder, es probable que haga de todo para evitarlo. ¿Y qué es peor que enterarnos de que algo que creíamos controlar es en verdad una ilusión que sólo hemos aprendido a «sostener»?

En una sociedad tan compleja como la nuestra, donde no se perdona tan fácilmente el error y la autoexigencia se vuelve un verdadero delirio, es común que veamos que se haga de todo para mantener aquello que decimos estar logrando. Pero, queridos(as) lectores(as), la fuerza de la costumbre es en realidad el miedo latente a lo nuevo. Y es sencillo de explicar: si ya estamos acostumbrados a un ritmo, a un tiempo, a un modo, etc., aunque nos esté costando sostener el paso, pareciera que es mejor seguir con ello a detenerse para pensar en otras posibilidades. Es caminar con una piedrita en el zapo y continuar sin removerla. Es el fracaso de la posibilidad. De hecho, el mismo Freud señaló que el descubrimiento del inconsciente dio la tercer herida narcisista al ser humano: no es tan libre como cree que es. Y enterarnos de ello, puede ser algo demoledor.

El insight y la resistencia «fundamental»

Horacio Etchegoyen nos dice lo siguiente: «El análisis se propone dar al analizando un mejor conocimiento de sí mismo; y lo que se quiere significar con insight es ese momento privilegiado de la toma de conciencia». En la primera tópica freudiana, donde lo importante es «hacer consciente lo inconsciente», se estimó que era fundamental el vencimiento de las resistencias (punto de vista dinámico) para que algo se torne consciente. Antes de continuar, es importante señalar que como tal insight es una noción que se desarrolla principalmente en la escuela inglesa de psicoanálisis, por lo que así podemos entender que sean psicoanalistas como Donald Meltzer y Wilfred Bion, quienes apuesten por decir que la resistencia es en realidad una afrenta a la intimidad.

Justamente hagamos hincapié en la intimidad, pues no hay nada que genere tanta resistencia como el hecho de sentirnos transgredidos en ella. Si descomponemos la palabra de origen latino, tenemos por un lado in- (hacia dentro), -mus (sufijo superlativo) y -dad (referencia de cualidad), entones, «cualidad de ir hacia dentro». ¿Pero hacia dentro de quién o de qué? En esto, recuperemos la noción de afecto, y éste lo orientamos hacia el propio. Entonces, intimidad vendría a ser «cualidad de ir hacia dentro del afecto de uno mismo».

Ahora bien, ese «afecto de uno mismo» nos conduce directamente a aquello que nos vuelve vulnerables, aquello que es «con lo que cualquiera nos podría lastimar». Es curioso que solemos pensar en la posibilidad de daño que el otro tiene en sus manos, lejos de pensar en alguna otra cosa más benéfica. Por eso es que la intimidad nos resulta un tesoro que hasta nos parece a nosotros mismos intocables. Tal como decía Jacques Lacan: «La intimidad es insoportable, por eso existe la extimidad«. Es mejor hablar del otro que de uno mismo. La resistencia fundamental es, por tanto, a descubrirnos en nuestro máximo punto de vulnerabilidad. Mi querido Gabriel Rolón, colega psicoanalista, dice algo muy bello:

«El ser humano es la única especie que ha desarrollado la cópula cara a cara, frente a frente. Necesitamos mirarnos a los ojos para decirnos ‘te amo’. Dentro de la gran variedad erótica que tenemos podemos jugar en distintas posiciones, hacer todo lo que queramos, cumplir nuestras fantasías. Pero en el momento de manifestar el amor, nos tenemos que mirar, porque eso es lo que nos hace sentirnos reconocidos, y el reconocimiento es otro de los nombres del amor. ¿Qué es el amor? El hecho de encontrar en otra mirada que yo no soy cualquiera en este mundo, y que para esa persona que me mira yo soy único».

La alteridad siempre nos conduce a nuestra intimidad…

¿Por qué no me analizo entonces?

Para bien o para mal, no existe como tal un por qué que podamos traer de lo general a lo particular. Ciertamente se trata de un tema meramente subjetivo y que, por tanto, tiene que ver con nuestras muy delimitadas resistencias. Siempre es importante partir de la experiencia que hemos tenido en la vida para trata de comprender por qué hay cosas que no nos gustan. Pienso en los niños pequeños y cómo sufren sus padres para que coman las cosas que les sirven. Es divertido, lo confieso, la tranquilidad con la que dicen «no me gusta» cuando ven un platillo nuevo. Dicen que «de la vista nace el amor», y ciertamente hay experiencias cognoscitivas que pueden perjudicar el posible aprecio por las cosas. «A ver, dime, ¿cómo dices que no te gusta si no lo has probado antes?», es lo que por general se les dice a los niños y estos, de un modo todavía más chistoso, van rompiendo de a poco su resistencia a comer lo que les han servido. ¿Y qué pasa? Puede ser que reafirmen lo que en efecto sospechaban, que no les guste eso, pero también existe la posibilidad de que les encante y luego no quieran sino que les sirvan más.

Este mismo efecto es el que veo en el tema de comenzar una terapia o un proceso de análisis. La resistencia a ver cosas de nosotros que no queremos aceptar en un principio es lo que nos hace sentir un repele por ello. «No sabes lo molesto que soy, a veces ni yo mismo me soporto», diría por ahí un conocido, «pero francamente no quiero enterarme por qué soy así». ¿Qué puede ser tan terrible como para no quererse enterar de ello? En el psicoanálisis, en su desarrollo, nos encontramos con un fenómeno que conocemos como transferencia, misma que se da entre el analista y el analizando. Pero, ¿quién es el que realmente está ahí que se deposita en la figura del analista? ¿Qué hace que exista la pena, la vergüenza, la culpa, etc.? Eso, justamente, es el «premio» por superar la resistencia: poderlo descubrir.

Siempre me gusta recordarles a quienes me preguntan sobre analizarse: «no sólo te toparás con un monstruo, sino que también hay alguien fantástico esperando por ser descubierto detrás del primero».

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