«Entre los individuos, la amistad nunca viene dada, sino que debe conquistarse indefinidamente»
-Simone de Beauvoir
Queridos(as) lectores(as):
Hemos llegado al famoso mes donde se celebra el día del amor y la amistad. Un día de profundo origen capitalista que pretende exaltar las bondades de los afectos y cariños entre las personas y que, de un modo bastante pretencioso, legitima y brinda de un carácter cuantitativo lo que se expresa y se comparte. «Cuánto te quiero por cuánto me gasto por ti». La fórmula por excelencia. Sin embargo, no nos vayamos por esa parte amarga y tendenciosa, ampliamente criticada pero, irónicamente, aún así practicada.
Hablar de amistad, sobre todo en nuestros días, amerita que se reflexione exactamente sobre qué entendemos por la misma. En la antigüedad, los griegos tenían la noción φιλíα (philia) para referirse a la relación que se manifiesta en amor fraterno entre los individuos. Sin embargo, ¿qué implica dicho amor fraterno? Antes que nada, un acto de renuncia, seguido por un reconocimiento, luego la aceptación y culminando con la armonía.
Las cuatro reglas
La amistad entre los individuos adquiere un compromiso que pocas veces vemos con claridad a la hora de buscarla y/u ofrecerla. Uno debe comenzar por renunciar al a expectativa que tiene sobre cómo debe ser el otro según el propio deseo. «Mi amigo tiene que ser…». No, no hay un «tener» (deber ser) que valga en la labor filial. Precisamente porque debemos reconocer al otro en su propia alteridad. Pero cuidado, no se trata de «dejarle ser», porque eso supondría un posicionamiento moral elevado que «permite al otro ser». El reconocimiento es entre iguales siendo diferentes. Así, se da paso a la aceptación que destierra todo intento de expectativa maliciosa y perjudicial. De ese modo, la idea es terminar en la armonía de la posibilidad de la coexistencia y del disfrute entre los amigos.

Como ya hemos visto anteriormente con los aportes de Emmanuel Levinas, reforzados por las declaraciones del Papa Francisco, «amar la diferencia es amar la vida». Hablar de diferencia es algo muy abstracto y que no puede escapársenos en ello que no todo lo diferente es bueno. Es decir, amar al amigo por quien es no significa aceptar la falta de ética o comportamientos que perjudiquen a otros. No se trata de cerrar los ojos ante lo que no debe ser, sino de reforzar los lazos ayudándole a recobrar el buen camino. Un verdadero amigo no permite que el otro cometa un crimen y se salga con la suya, si bien la labor de delatarle es algo que podríamos pasarnos incontables debates sobre ello, la corrección y señalamiento de los malos actos es responsabilidad exigida. Ya que si uno cede a ello, no se es amigo, se es cómplice que tarde o temprano pagará por el otro.
Tipos de amistad
Volviendo a los tiempos antiguos, los griegos pensaban que la amistad apostaba por el bien común. Esto en razón de que es un proceso identificatorio y que permite tener claras las prioridades que ayudan y benefician, no sólo a unos, sino a todos. En Ética a Nicómaco, Aristóteles señala incluso que existe una parte «convenenciera» en medida que la amistad hace posible lograr algo que por uno mismo no se podría. Sin embargo, no la hace exclusiva de un lado, sino de ambas partes. Por eso es que la aspiración en la sociedad es una realidad de amistad entre los miembros que la conforman: ver al otro como un yo para atender nuestras necesidades y generar más logros entre todos.
Justamente esta idea que persiste en el pensamiento griego la podemos ver en tres tipos:
-Amistad centrada en la ventaja mutua (lo útil)
-Amistad centrada en el placer mutuo (lo placentero)
-Amistad centrada en la admiración mutua (lo bueno)

La amistad es en sí un reconocimiento de la naturaleza del hombre. Sin embargo, así como podemos ver los grandes beneficios de ésta en nuestras propias vidas, no podemos perder el punto de que es importante fortalecerla y ejercitarla a diario. Hoy por hoy, las redes sociales han hecho posible estar en contacto con gente a lo largo del mundo, pero también es cierto que mientras más cerca estamos de quienes están lejos, más lejos estamos de quienes tenemos cerca. La amistad es un valor y una virtud que debe ejercitarse, así como el cuerpo y la mente, porque si no, pierde su fuerza y termina por convertirse en dolor y tristeza.
La amistad perdura
Ya que revisamos las 4 reglas de la amistad, es importante ir más allá de ellas y centrarnos en una exigencia más: no engañarse. La posmodernidad y las formas líquidas de ella, han demostrado que la propia amistad se ha visto afectada por lo temporal. Ciertamente las personas van y vienen, pero cuando hay amistad, hay un lazo de amor fuerte que no debería romperse. Sin embargo, las inseguridades personales, la falta de confianza, el apego a los chismes vulgares y a la opinión venenosa de los demás, hacen que el individuo ponga en tela de juicio su sentir.
Hace tiempo escuché una entrevista que le hicieron al actor mexicano, Fred Roldán, el cual dijo algo que me llamó la atención cuando se le preguntó sobre su divorcio. Si mal no recuerdo, él dijo «ella me decía que el amor se había acabado, pero yo le dije que no, que para ella tal vez, pero para mí no, yo la seguía y seguiría amando». Esto en relación a la idea que existe de la amistad llega a su fin porque «era su tiempo». Me parece que la justificación en sí es un acto de tratar de no quedar mal, no con el otro, sino con uno mismo. De ahí que sea tan fácil decir «es que se acabó». Por eso es que la cultura del «dejar ir» desprecia descaradamente los intentos de «tratar de conservar». Evidentemente hay relaciones que se fundan lejos de las 4 reglas y que luego terminan por ser tóxicas (esta noción actual me divierte en demasía) y que nada tienen que ver con la amistad. Por eso, si no tenemos presentes esas reglas, todo vínculo se forjará a través del engaño y del autoengaño.
