Recuerda, pero vive

Para Katia

«La memoria es el espejo donde vemos a los ausentes»

-Joseph Joubert

Queridos(as) lectores(as)

La semana pasada, se conmemoró el día de las víctimas del Holocausto. En dicha fecha se rinde homenaje a la bendita memoria de quienes fueron asesinados durante uno de los periodos más grises y tristes de la Historia. Incontables son los documentales, evidencias y comentarios sobre lo que sucedió.

Justo platicaba con mi maestra, amiga y colega, Katia, con quien tengo un especial vínculo, sobre el tema de «vivir a pesar de lo ocurrido». ¿Cuántas veces hemos pasado por una tragedia y pareciera que nos inutiliza por buena parte de nuestra vida? Pareciera que es más personal de lo que creemos la pérdida, el dolor y la tristeza, de ahí que se encarnen en nosotros y nos hagan «morir en vida». Todos los que hemos «sobrevivido» a lo que gente querida y amada no, se vuelve una «culpa». ¿Pero por qué?

La culpa del que sobrevive

Sigmund Freud fue uno de los que comenzó la labor titánica de estudiar esto. La culpa es uno de los pilares fundantes de la sociedad y, por tanto, de la civilización. Podemos decir que es un medio por el que se logra una acción que busque evitar pasar por la misma situación que ha ocasionado en el sujeto un profundo malestar. Sin embargo, ¿qué pasa cuando se siente culpa por algo que no es responsabilidad, directa o indirecta, del sujeto? Pensemos en la muerte de un ser querido: el que le sobrevive, fue testigo de su muerte; dicho suceso pegó de manera dramática y le ha llevado a cuestionarse si pudo haber hecho más, si no era el momento, por qué esa persona sí y no él/ella, etc. Es un tema de percepción respecto a la intensidad que soporta la persona.

Hay quienes le llaman síndrome del sobreviviente, esto en relación a estudios que se han hecho precisamente con víctimas que sobrevivieron a eventos catastróficos. Pero sería muy desconsiderado sostener que esto sólo sucede a partir de algo de ese nivel trágico. Recordemos que cuando hablamos de duelo, hablamos de un sentimiento abstracto de pérdida. Así pues sucede lo mismo con la culpa del que sobrevive: el que libra un castigo, el que libra ser despedido, el que sigue en una relación amorosa cuando sus amigos o familiares han roto las suyas, etc. La pulsión de vida es la que hace que uno se aferre con fuerza a lo que debe seguir, a la vida misma. Cuando alguien muere, ¿qué nos queda? No se puede hacer nada, por mucho que quisiéramos, para traerle de nuevo con nosotros, por lo que nos queda es vivir, pero no por esa persona ni la vida que ya no podrá vivir, sino nuestra propia vida y aprender a hacerlo sin esa persona. El tesoro del corazón es la capacidad selectiva de una memoria que los mantiene vivos aunque ya hayan muerto.

Recordar es una acción doble

Conmemoraciones como la de las víctimas del Holocausto sirven no sólo para tener presente lo que fue y a los que fueron, sino para evitar que vuelva a suceder algo igual de doloroso, algo igual de terrible. El tema de Auschwitz y los demás campos de concentración, fue el principal estudio al que los miembros de la Escuela de Frankfort dedicaron textos y profundas reflexiones. Lo importante que había que señalar era que no se podía decir que dichas atrocidades cometidas con los prisioneros hayan sido inhumanas ni mucho menos irracionales. ¿Por qué? Hay que entender que esas crueldades, primero, fueron realizadas por seres humanos y, segundo, fueron perfectamente pensadas y estructuradas. Decir que fueron inhumanos e irracionales es retirar todo indicio de responsabilidad y, por tanto, de culpabilidad.

Cuando los aliados sentenciaron a los altos jerarcas nazis durante los famosos Juicios de Nuremberg entre 1945 y 1946 (lugar muy simbólico, pues fue donde se redactaron las leyes que privaron de sus derechos y de su humanidad a los judíos y demás minorías), el presidente del tribunal, Sir Geoffrey Lawrence, dio un discurso de apertura en el que es importante resaltar: «… este juicio debe aportar un precedente de modo que estos terribles actos no vuelvan a repetirse». Curioso, porque aunque no es mi intención jugar al abogado del diablo, durante la II Guerra Mundial, los crímenes de guerra se llevaron a cabo en ambos lados del tablero. Esto último, de hecho, fue mencionado por el Mariscal del Reich, Hermann Göring, señalando las atrocidades llevadas a cabo por los soviéticos y por la masacre de japoneses por las dos bombas nucleares soltadas por los estadounidenses. Estos juicios, cabe resaltarlo, fueron los primeros que se realizaron de modo tan polémico y en el que el dicho popular se volvió muy notorio: «la Historia la escriben los vencedores». Ya hablaremos en otra ocasión de esto.

Reconstrucción

La vida que permanece es la que está aún de pie después de lo ocurrido. Pero es labor de los que sobreviven reconstruir considerando lo que quedó. Es decir, cuando hablamos de la «bendita memoria de los que ya no están», entendemos que la herencia que dejan en este mundo no son las cosas materiales, sino las personas que educaron, que amaron, que enseñaron sobre la vida. Somos nosotros. El aquí y ahora que más tangible nos resulta. Los que les sobrevivimos, debemos hacer nuestra la posibilidad de seguir viviendo, pero a su vez rindiendo el merecido homenaje por aquellos que hicieron de nosotros lo que somos. La bendita memoria de los que ya no están nos invita a elegir recordarles con amor, con agradecimiento, pero también hacerles parte de nuestra esperanza del futuro. «Tal como decía mi papá», «es como lo hacía mi mamá», «mi querido amigo que siempre encontraba la manera de hacernos reír», etc.

Recordar incluso es una enseñanza de saber valorar lo que vendrá. Me atrevo a decir que la memoria es una escuela donde aprendemos a resignificar todo en la vida para darle su justo lugar, su vital importancia y apreciar sin miedo la finitud propia del mundo y de sus habitantes. Al final de cuentas, la Historia de la memoria es una que se relata con colores, pero sobre todo con amor. De hecho, la reconstrucción del mundo, nuestro mundo, sólo puede ser a través del amor, el perdón, la ternura, el cariño y la revaloración constante que nos ayude a aligerar el peso de la ausencia arropándonos con el suave aroma de nuevas y hermosas presencias.

Bien lo dicen: recordar es vivir. Pero saber recordar, es atreverse a seguir viviendo.

Deja un comentario