«La historia humana es cada vez más y más una carrera entre la educación y la catástrofe».
-H.G. Wells
Queridos(as) lectores(as):
¿Por qué será que cada vez tenemos pensamientos pesimistas, e incluso fatalistas, sobre el porvenir? Tantas veces que escucho a mis familiares, amigos y pacientes decirme «no veo las noticias, ¿para qué? Todo es realmente malo…». Ciertamente los medios de comunicación han logrado, junto con la política mundial, la perversidad de adueñarse de nuestros pensamientos cada vez de modo más alarmante, no podemos descuidar que aunque las cosas parece que van mal, hay muchas otras que avanzan favorablemente y que sirven para equilibrar la balanza.
Debo admitir que he tomado con humor (no a modo de hacer menos, que quede claro) cada vez que anuncian que han encontrado una nueva variante del COVID-19. Cosa que debemos entender que es perfectamente entendible en la naturaleza adaptativa y de supervivencia de un virus. «Nada más falta que anuncien una variante Sigma y ahí sí sonaría algo de auténtico terror», le decía a mis conocidos hace unos días. El humor, tal como señalaba Freud en su texto El chiste y su relación con el inconsciente, es un modo de defendernos de la realidad y, a su vez, de poder soportarla. Y para eso los mexicanos nos pintamos solos.
Angelus Novus
No lo sé con exactitud, pero entre 1920 y 1921, el filósofo alemán, Walter Benjamin, se hizo con un cuadro del artista Paul Klee que le impresionó mucho, precisamente se llama Angelus Novus. Esta obra, inspirada en un relato talmúdico, nos explica que en la tradición judía un ángel es una criatura de origen celestial que es creada con la intención de servir y renovar un cántico para la eternidad a Dios. Ahora bien, Benjamin aprovechó la ilustración para su conocida teoría de El ángel de la Historia, de la cual nos dice lo siguiente: «La figura representada en este cuadro es el ángel de la Historia, empujado siempre hacia arriba y hacia adelante por una fuerza invisible como los vientos, pero con el rostro siempre vuelto hacia atrás, hacia el pasado, y mirando a sus pies el cúmulo de ruinas de tiempos antiguos o recientes que se van amontonando».

Estas palabras suenan un tanto amenazantes y desconsoladoras, en medida de que se trata de una visión determinista del acontecer histórico hacia la tragedia. ¿Pero qué no acaso la vida es precisamente una tragedia? Los antiguos griegos lo vieron y entendieron de ese modo, en el sentido de que siempre podrán pasar cosas buenas, maravillosas, chistosas incluso, pero terminan por acabarse. «Una flor es bella porque terminará por marchitarse». Ahora bien, la pregunta que surge aquí es: ¿por qué sólo nos quedamos con el amargo fin, con la triste parte que nos ocasiona dolor? Y agregamos otra: ¿Y lo demás qué?
Pandemias
Hay una analogía que me gusta aportar en mis clases de Filosofía a mis alumnos. «Para que un mosaico nos revele la misteriosa imagen, tenemos que poner cada una de sus piezas». Es decir, la imagen del mundo no queda ni quedará completa con un puñado de partes (o narrativas), tenemos que ver el cuadro completo y detenernos a apreciar cada detalle. Hace unos días, sostuve un encuentro con un amigo, el cual me decía de modo pesimista y un tanto alarmista que «esta pandemia ya nos cargó, nunca se va a acabar, tendremos que vivir con ella por todo lo que tengamos de vida». Y aquí es donde la Historia entra al rescate. Le hice recordar 2 pandemias específicamente. La primera, la famosa Peste bubónica, que de por sí tuvo varios brotes en distintos periodos de la Historia; su origen se centró en las estepas de Mongolia y, según los estudiosos del tema, se debe a la ingesta de carne de marmota por parte de los pobladores. El primer registro nos habla del s. VI d.C., que afectó al Imperio Bizantino en tiempos del emperador Justiniano. De hecho, se le denominó La plaga de Justiniano porque el emperador también se había contagiado y logrado sobrevivir, no así el 25% de la población que murieron, un total aproximado de 50 millones de personas.

El segundo registro lo tenemos entre 1300 y 1400 d.C., del cual se cree que se debió a los comerciantes musulmanes que viajaban de Mongolia hacia Venecia, de donde se expandió el contagio por varios países europeos. Resultando con la muerte de un tercio de la población europea. Se pudo evitar su expansión de varias maneras, primero con la toma de la Ruta de la seda por parte de los mongoles, después con la cacería de ratas para luego quemarlas pues se pensaba que eran las transmisoras de la enfermedad (cuando en realidad lo eran las pulgas que traían), etc. Después hubo otros brotes de la enfermedad endémica, pero no nos alarguemos con esta plaga.
Y después le hablé de la Gripe española, que también fue en su momento una pandemia que causó la muerte de entre 50 y 100 millones de personas en el mundo entre 1918 y 1920. Se cree que el paciente cero fue Gilbert Michell, un cocinero de Fort Riley en Kansas, EEUU. Aunque se tienen registros de brotes en los campamentos militares estadounidenses en Europa por la I Guerra Mundial. Sea como sea, fue una de las pandemias más devastadoras de la Historia. Por cierto, el patógeno de esta gripe se llama «Influenza A subtipo H1N1». ¿Les recuerda algo reciente?
Medicina
En buena medida me sorprende, aunque no tanto, que muchos que critican los sistemas de creencias sean de los primeros en cuestionar a la ciencia. Ahora con nuestra pandemia de COVID-19, la industria farmacéutica, que si bien se le ha visto siempre al servicio del capitalismo salvaje, ha acelerado sus estudios y colaboraciones para tratar de sacar vacunas, medicamentos y tratamientos para combatir esto que pudo haber sido devastadora sin ella en estos primeros 2 años que llevamos. Sí, han habido muchos contagios y tristemente también decesos, pero la ciencia ha salido a enfrentar la enfermedad en un proceso verdaderamente impresionante de corto tiempo.
Ahora que les hablaba de la Gripe española, justamente le decía a mi amigo que la influenza que nos tocó vivir hace unos años, también ha tenido su respectiva mutación a lo largo de los años y que se ha vuelto una enfermedad estacionaria que ya no cobra tantas vidas gracias a las vacunas que surgieron. No sabemos cuántas variantes con exactitud tenga la influenza, pero ya no es algo que nos aterre. Algo así terminará pasando con el COVID-19, pero algo es seguro, no será la última pandemia que nos tocará vivir o al menos a otras generaciones después de las nuestras.

Pero así como la medicina avanza, el ser humano tiene que avanzar también en el sentido de la educación, la información y la cultura. La tendencia hacia teorías conspiranoicas puede resultar algo en verdad catastrófico. No se trata, al menos como sociedad civil, que nos pongamos a ver si el COVID-19 surgió de un murciélago, de un laboratorio, de los aliens o incluso de un castigo divino, sólo podemos ver que es una realidad y que nos enfrenta contra nuestros miedos y vulnerabilidades. No nos toca sino actuar: cumplir con los protocolos, cuidarnos, etc. Pero eso es una responsabilidad de todos y que exige pensar con criterio y actuar con prudencia.
El fin llegará. No sabemos cuándo. Pero en lo que llega, sólo podemos vivir a pesar de las circunstancias.

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