Un regalo para los niños grandes

«Da un poco de amor a un niño y ganarás un corazón»

-John Ruskin

Queridos(as) lectores(as):

El día de hoy se celebra el Día de Reyes en la tradición católica, misma que nos recuerda cuando Jesús (Niño Dios) fue visitado por 3 Reyes magos y que le presentaron regalos en homenaje a su nacimiento, reconociéndole como «rey de reyes». Esta tradición se repite año tras año con los pequeñitos en nuestras familias, mismos que tal como sucede en la Navidad capitalista, escriben su carta a los reyes con la ilusión de recibir este día algunos regalos.

Pero, ¿qué pasa con aquellos niños que se convirtieron en adultos? Hay que tener presente que cada uno de nosotros seguimos teniendo un factor que nos hace seguir siendo niños. De hecho, como ya lo hemos comentado anteriormente, la capacidad que tenemos de asombrarnos es lo que nos permite seguir sosteniendo una parte vital de nuestra infancia, y definitivamente es algo que no podemos perder.

Escuchar al niño interior

Quizá esa frase se haya escuchado incontables veces en los últimos años; años en los que se ha tratado de hacer consciencia sobre aquellas faltas que se han mantenido desde que éramos niños y que de un modo u otro, nos siguen afectando ya en nuestra etapa adulta. Fue el propio Sigmund Freud quien soltó una «polémica» afirmación, la cual dice que «infancia es destino». Pero, ¿acaso significa que lo que nos sucede en la infancia nos determina para siempre en el futuro? Ciertamente hay conductas que son repeticiones de lo vivido durante la infancia, y que en muchos casos (muy lamentables) están ligadas a la violencia, a la carencia y demás cuestiones negativas. Sin embargo, esa repetición puede ser trabajada para justamente evitar que siga sucediendo, de ahí la importancia de asistir con profesionales de la salud mental.

Ahora bien, haciendo a un lado lo negativo, no podemos negar que hay cosas buenas y maravillosas que nos dieron mucha alegría, ilusión y hasta esperanza cuando éramos niños. Unas de esas cosas, en toda medida posible, era justamente la espera por los regalos que Santa Claus, el Niño Jesús, los Reyes Magos y hasta el Ratón o Hada de los dientes, nos tenían. No se trata de engañar a los niños por un hecho de malicia, sino al contrario, por ayudarles a creer en cosas buenas y lindas. Tal como dice el filósofo alemán, Hermann Graf Keyserling: «Cuando un niño pregunta ‘¿por qué?’, sólo se satisface si le indicamos una sola causa clara y precisa, y nosotros sabemos que nunca le decimos la verdad». Es que, como se ha mencionado, hay cosas que los niños por su edad no tienen por qué saber.

Permitirnos ser niños

El día de ayer sostuve un encuentro con mi querido amigo Martín. Nos vimos cerca del WTC para desayunar. Estuvimos platicando precisamente sobre las cosas que antes hacíamos y que ahora, con el paso de los años, pareciera que no nos permitimos más. Entonces, recordé que justo en el WTC estaba una feria o expo de juguetes, a lo que lo invité a ir para «recordar lo que era ser niños». Claro está que nos encontramos a los reyes magos que iban para cumplir con las cartas de los niños. Recorrimos con asombro cada pasillo y recordamos lo maravilloso que es ver un juguete y llenarnos la cabeza con las mil y un ideas de qué hacer con ellos y en qué aventuras nos íbamos a embarcar. Martín se compró un microscopio muy interesante que se conecta vía Bluetooth al celular y yo me hice con una pequeña figura de Gandalf (El señor de los anillos). Salimos sonriendo.

Una vez en casa, abrí con cuidado mi juguete. Me encantaron los detalles, pero sobre todo la sensación recordada de abrir con ilusión una caja con un juguete. Hoy en día, sí llegamos a comprarnos cosas más «de acuerdo a nuestra edad», sin embargo, no es ni será lo mismo porque lo hacemos con otras intenciones, y aunque hay «juguetes» para grandes tales como los videojuegos y en los que ustedes están pensando, hay algo que no viene con ellos y es la ilusión de la posibilidad misma. Me acerqué a mi librero y puse mi nuevo juguete de Gandalf junto a una figurita que tengo del Dr. Freud. De hecho, hasta me inventé un diálogo para terminar con un chistorete psicoanalítico:

-Sr. Gandalf, ¿por qué no llegó a su sesión la semana pasada?

-Un mago nunca llega tarde, Dr. Freud. Ni pronto. Llega exactamente cuando se lo propone.

-Me temo que de cualquier modo le tengo que cobrar la sesión…

Aprendamos de los niños a disfrutar la vida

Cuando los niños están jugando, siempre quieren saber a qué están jugando, después se organizan y se divierten sin preocupación alguna, sólo con el temor de que venga un adulto a arruinarles el momento con un «ya nos tenemos que ir». Sin embargo, los adultos, cuando «jugamos», no nos queremos enterar a qué, sólo jugamos y punto. ¿Por qué ya no preguntamos? ¿Por qué ya no nos organizamos para divertirnos? Hemos hablado ya varias veces sobre la negación de la vida. ¿Por qué empeñarnos a vivir sólo cuando ya no se puede? Es decir, cuántas veces hay en las que nos estamos divirtiendo tanto que se nos olvida que somos adultos y nos ponemos a brincar, a gritar, a reír, a correr, etc., a tal punto que no falta quien nos diga «ya madura». ¿Madurar? Fue Nietzsche quien dijo que «madurar es hacer las cosas con la misma seriedad con la que un niño juega». ¿De qué sirve vivir si nos olvidamos de hacerlo con pasión? ¿Acaso todo eso nada más es propio de los niños?

El mejor regalo de reyes que los adultos nos podemos dar es recordar lo mucho que nos divertíamos cuando éramos niños e imitarnos, disfrutar los momentos y permitirnos incluso ser lo que no pudimos, tener lo que no tuvimos, etc. Si la infancia es destino, podríamos ponerla frente al espejo y ver que no hay sólo dolor y tristeza, decepciones y falsas esperanzas, sino que existe la oportunidad de vivir algo distinto y compartirlo. Bromear, cantar, reír, tirarnos en el pasto, aventarnos al agua, ensuciarnos con tierra y lodo, no perder la vitalidad que los niños nos demuestran cuando sonríen con sus travesuras.

Hay que darnos la oportunidad que quizá no tuvimos, para evitar arruinarle la vida a los más pequeños y demostrarles que, ser adultos, también puede llegar a ser divertido.

¡Feliz Día de Reyes!

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