«Negros pensamientos, la tristeza; tengo un peso en el alma que no me deja vivir».
-Fiódor Dostoievski (Pobres gentes)
Queridos(as) lectores(as):
Hace unos días, recibí por parte de Susana una pregunta que me pareció muy oportuna: ¿hay necesidad de pasar por psicoanálisis para estar bien? Sin duda no es algo tan fácil de responder, pero sí podemos hacer el esfuerzo de aclarar algunas cosas. Por ejemplo, ¿la idea de analizarse surge de la necesidad? Es decir, ¿es necesario hacer eso en nuestra vida? Hay que recordar que los antiguos griegos recomendaban una «vida de análisis», para ello está el famoso «conócete a ti mismo» del Oráculo de Delfos; sin embargo, es importante tomar en cuenta lo otro: «todo con medida». ¿De qué sirve analizar la vida? Para empezar, el hecho de vivir por vivir nos genera una cierta sensación vacía que nos imposibilita hallarle un sentido a cada día. ¿Por qué hago lo que hago? ¿Por qué me gusta lo que me gusta? ¿Por qué detesto tanto a cierta(s) persona(s)? Y un sinfín de preguntas que nos podríamos hacer a lo largo de la vida. Pero de nada sirve hacerse esas preguntas si no hay intención alguna de contestarlas, o al menos claro de intentar hacerlo.

De hecho, la Filosofía (que en la etimología clásica entendemos como «amor a la sabiduría») es un arte de la vida misma, en sentido de que es la que nos orienta a preguntarnos las cosas del mundo (entiéndase lo que se entienda por ello) y no quedarnos «conformes» con que las cosas son así por que sí. Al contrario, la filosofía debe ser siempre aquello que logre incomodar al sujeto, que le haga moverse de su zona de confort para que descubra que hay algo más y que no es tan evidente como podría pensarse. De hecho, no hay nada más sospechoso que aquello que es «obvio». ¿Por qué es obvio?
Sapere aude!
Los que han sido mis alumnos, y todos aquellos cercanos amigos y familiares con los que gusto tomar un rico té o café por las tardes, están muy acostumbrados a mis cuestionamientos. Recuerdo en una ocasión mientras daba clases de Ética en cierta preparatoria al sur de la Ciudad de México, que estaba haciendo preguntas sobre un tema a mis alumnos y cada uno hacía su propio esfuerzo para contestar por sí mismo a partir de la propia reflexión, intuición y hasta de sus sentimientos. Fue cuando tocó el turno de C., quien era conocido como «el caso perdido» (siempre he tenido mucho problema con esas sentencias de parte de quienes tiran la toalla y no entienden que tienen responsabilidad también), y al evitar una confrontación con el tema, se limitó a decir «lo que usted diga, profe». Mi reacción fue enérgica, pero no grosera, pues grité: «Sapere aude, C.!»

Todos se me quedaron viendo raro y fue cuando recordé que no les había hablado sobre eso. Tal como ya ha sucedido en otros encuentros en esta página, Sapere aude! fue el lema del periodo conocido como La Ilustración. «¡Piensa por ti mismo!» o «¡Atrévete a saber!». Una vez que le expliqué eso al grupo, por tanto a C., fue como si les hubiera dicho algo en verdad extraño, complejo, difícil, pero sobre todo sorprendente. Y salió mi psicoanalista interior: «A ver, C., te escucho…». Poco a poco se fue animando a contestar la pregunta y se mostró contento, pues por primera vez estaba hablando por sí mismo, diciendo cosas que él pensaba. Cabe señalar que siempre les decía a mis alumnos que conmigo tuvieran la confianza de expresarse sin temor a la censura, mucho menos al castigo. Y vaya que me sirvió esa estrategia porque lo que una materia tan «aburrida» como Ética (por tanto las otras que daba de Humanidades), se volvió una que no se perdían por nada del mundo.
Atrévete a saber(te)
Si bien la Filosofía nos confronta con las dudas y preguntas que surgen en el mundo, no podemos descuidar que de hecho es parte obligatoria en esta disciplina voltear a nosotros mismos para poder dar con un mejor entendimiento de nuestra participación aquí y ahora. Goethe decía que «para poder comprender el pensamiento de un autor, había que conocer primero su vida». Y en verdad es fascinante meterse de lleno a las biografías de los autores que nos apasionan y poder tratar de comprenderles. Hay que entender, no justificar. Por eso es que un análisis de nuestras pasiones, nuestros anhelos, nuestros sueños, nuestros deseos, etc., siempre será imprescindible para esta ardua lucha por la vida y por la búsqueda de un significado posible.
Por eso es que Sigmund Freud y demás estudiosos de la psique (mente), han hecho una suerte de filosofía práctica que nos sirve para (intentar) conocernos a nosotros mismos. Pero, ¿por qué nos cuesta tanto ir a análisis o a terapia? En un principio hablaba sobre la necesidad. Hay que aclarar que nunca uno se analiza por necesidad, porque le sea en suma necesario, sino que tiene que ver más con el deseo, con la voluntad de saber «qué sucede con nosotros». De ahí que de las primeras resistencias que encontramos se traduzcan como una suerte de presión social: «Es que deberías ir a terapia», «Te haría bien si vas con un especialista», etc. No es de sorprender que la negativa se haga presente porque incluso eso lo podemos considerar como una suerte de agresión pasiva que viene de un otro que, a nuestro juicio, quizá quien tendría que ir a terapia o a análisis es esa persona antes que nosotros.

La persona que se «anima» a comenzar un análisis, es quien con valentía y coraje decide «hacerse cargo» de sí mismo; conocer sus debilidades, miedos, tristezas, su «lado oscuro». Cuando digo que se anima es en dirección a «quien se escucha a sí mismo» y cumple con el deseo de analizarse. Fuera de los famosos tabúes sociales de aquellos que son como «sólo van a terapia los que están locos», podríamos señalar algo que el propio Kierkegaard compartía en su filosofía: ¡voy a análisis porque hay pasión por mi existencia! Y en ese recorrido por la historia de uno, de su propio cielo y su propio infierno, el analizando (paciente) no va solo, sino que cuenta con un acompañante (el analista), tal como Virgilio fue con Dante en la Divina Comedia.
Por último, una vida de análisis es un viaje que es capaz de llevarnos a todos lados, en un abrir y cerrar de ojos, pero sin perderse algo importante: la vida misma.
¿Te gustaría empezar tu análisis?
Te escucho.
Mail: psichchp@gmail.com
