Queridos(as) lectores(as):
Una disculpa sincera por llevar un tiempo sin subir encuentros, pero he andado ocupado con unas cosas personales. Hace unos días, me encontré con una ex alumna. Debo de decir que me dio gusto que ella me reconociera entre tantos cubrebocas. Me contó que va a la mitad de la carrera de Psicología y que espera luego poderse formar como psicoanalista. «Es su culpa, ¿sabe?» -me dijo sonriendo-. Y me sentí contento con esa «culpa».
En un momento, ella recibió un mensaje en su celular y el rostro alegre se transformó en un escenarios de lágrimas y tristeza. Le pegunté qué pasaba y sólo me pudo decir «pasó, ya no está aquí mi abuelito». Le acababan de notificar que había fallecido su abuelo. No pude brindarle un consuelo apropiado por la inmediatez de la situación, pero sólo me pude despedir y desearle que el proceso pasara a su modo y a su tiempo.
Cuando hay duelo, yo vuelvo
Hace tiempo, en mi propio análisis, estaba llevando a sesión mi duelo por la muerte de mi papá. Mi psicoanalista, Mario, a quien debo un agradecimiento eterno por su amabilidad y generosidad en cada una de sus devoluciones, me hizo notar que llegué a decir «cuando hay duelo, yo vuelvo». Parece algo sencillo, pero si nos detenemos a pensarlo, el duelo es en sí un volver. Un sentimiento tan fuerte que nos hace volver una y otra vez a la ausencia de aquella parte de nosotros que ha muerto con la persona amada.

Ciertamente, el duelo es uno de los temas más recurrentes en la clínica. Los psicoanalistas estamos «haciéndonos cayo» ante esas situaciones, pero hay algo con lo que tenemos que tener especial cuidado: no volvernos fríos. De hecho, como bien resalta mi querido Gabriel Rolón en su libro El Duelo (cuando el dolor se hace carne), «no todo el que tiene un título habilitante está capacitado para ejercer el Psicoanálisis. No basta estudiar, hacer una carrera y recibirse. Tampoco alcanza con haber llevado adelante un profundo análisis personal. El analista es, antes que nada, un artesano cuyas herramientas son el conocimiento, la escucha, la intuición y la capacidad de mirar cara a cara el padecimiento ajeno sin huir de él ni caer en la tentación del consuelo».
En otras palabras, hay que dejar que el analizando (paciente) vuelva a sí, que experimente todo lo que está sintiendo sin que le interrumpamos. Quizá algo más sencillo: dejarle ser en su dolor. Pero con el cuidadoso trato que no le haga sentir una indiferencia, al contrario, existe un vínculo muy fuerte en ese momento y un «llora, aquí estoy, que acá te escucho» puede ser un regalo de amor y ternura en un momento de dolor y amargura.
Aunque duela, que nos duela
La época actual nos enseña, a veces de modo forzoso, que debemos escapar de todo aquello que no nos guste. No es nuevo que el dolor esté en esa lista. ¿A quién le gusta sufrir y que no sea masoquista? Pero, una vez más, volvemos a la importancia que tiene no negar la vida por el hecho de que nos duela lo que está pasando. Pensemos por un momento: el dolor está aquí, lo siente mi cuerpo, lo siente mi alma, ¿qué hago? Hagamos lo que hagamos, el dolor sólo se irá cuando se tenga que ir. Para ello necesitamos trabajarlo, aceptarlo y confrontarlo. Hay dolores que, por desgracia, no tienen fecha de caducidad (por así decirlo), y nos conducen poco a poco a la muerte. Eso es parte de la vida.

Esto último ha abierto varios frentes respecto a la eutanasia y a su práctica. Pero no hablaremos de ello en este encuentro. Es importante recordar que el dolor es un sentir que nos permite volver a nosotros, porque ante la ajetreada vida que llevamos día con día, muchas veces parece que tenemos que darnos un golpe para que nos acordemos de nosotros. La enfermedad de nuestro tiempo bien podría ser el egoísmo, pero habría que definirlo de otra manera, porque irónicamente, al ser egoístas nos olvidamos también de nosotros.
Para finalizar, el duelo es una ocasión de un retorno a nosotros mismos, que nos insta a no perdernos en la multitud, ya que de hecho aunque haya quienes están pasando el mismo duelo, no lo viven de la misma manera. El duelo es algo meramente subjetivo, por lo que no hay que apresurarlo, no hay que evitarlo, en todo caso hay que abrir el corazón a ese dolor y permitir que, con el paso del tiempo, cada «vuelta» a nosotros mismos con cada recuerdo, sea de un modo tierno y hermoso.
Y si el dolor no cesa, les invito a que busquen ayuda. Siempre habrá alguien dispuesto a escucharles. Nunca están solos.
