Para Daniela
Queridos(as) lectores(as):
Como ustedes saben, en estos encuentros he sostenido incontables veces que para poder conocer una noción, hay que ir directamente a la etimología. Tratándose del castellano, debemos voltear al latín y al griego, pero también al árabe. Asimismo, en varios puntos hemos recurrido a la mitología para poder ampliar los conocimientos que creemos tener sobre los diversos temas.

En este encuentro, vamos a centrarnos en el amor. Primero, antes que nada, cumplamos con lo que iniciamos, vayamos a la etimología. En este caso nos es más de interés la génesis griega. En la Antigua Grecia, encontramos 4 tipos de amor, a saber:
–φιλία (filia): el que se tiene por los amigos, compañeros y objetos.
–στοργή (storge): el que sienten de manera natural los padres por sus hijos.
–Ἔρως (eros): aquel que se inclina por lo apasionado, por lo sensual.
–ἀγάπη (agapé): complicado, pero lo podemos traducir hacia un amor anímico, del alma, un amor puro hacia el mundo.
Sin embargo, podemos añadir a estos tipos de amor uno que conocemos como xenia, que es el amor de la compasión, la hospitalidad y la camaradería hacia los extraños o extranjeros.
Estos tipos de amor conllevan su propia «condena». Vamos, el amor es trágico. ¿Pero por qué? Porque el amor va acompañado siempre de un contrario: el dolor.
«Se sufre cuando no se tiene. Se sufre por temor a no perderlo. Se sufre cuando se tiene y se piensa que se puede perder. Se sufre cuando ya se ha perdido».
Una fórmula en demasía pesimista. Pero no hay que dejarnos tocar por ese dolor, ya que justo uno queda en la idea y otro queda en el hecho. «Saber amar implica aceptar nuestra falta». Han sido incontables los que han escrito sobre el tema y no nos vamos a detener en cada uno. Pero haciendo eco a las veces que he repetido que en nuestro tiempo estamos muy carentes de amor, empatía y ternura, me gustaría contarles algunos relatos mitológicos sobre el amor que pudieran ser motivo de reflexión para cada uno de ustedes.
Hero y Leandro: el amor como un faro
Este relato se sitúa en la ciudad de Sesto (la encontramos junto al Peloponeso). Por un lado, tenemos a la hermosa Hero, una doncella que había sido consagrada a la diosa Afrodita. Su belleza era tal, que tanto Apolo y Eros la cortejaban constantemente. Sin embargo, la joven se mantenía fiel a su servicio como sacerdotisa de la diosa del amor. Un día, un joven de nombre Leandro, acudió al templo para rendir homenaje a la diosa. La hermosa sacerdotisa posó sus ojos en él y quedó cautivada, y para su sorpresa, Leandro también quedó fascinado por ella.
Sin embargo, el amor de los dos jóvenes, se encontró con la negativa de sus familias, llegando incluso a amenazarles para que cesaran sus encuentros. El amor de Hero y Leandro era tan grande, que no importó amenaza alguna para ellos; usando una linterna, que Hero colocaba en su ventana al caer la noche, avisaba al valiente Leandro de que podía ir a visitarla. Para ello, el joven se aventaba al Helesponto para nadar hacia los brazos de su amada. De aquí que se conozca el «el amor es un faro». A Leandro no le importaba el riesgo que era nadar en la noche por las misteriosas aguas, pues su valentía era recompensada con el amor ferviente de Hero. Hasta que una noche, la tragedia acabó con tan amorosos encuentros.

Los fuertes vientos que soplaron aquella trágica noche, apagaron la linterna justo cuando Leandro yacía nadando hacia Hero. Perdido en la oscuridad, aunque redobló sus esfuerzos, el joven murió a causa de las fieras olas. Al día siguiente, angustiada, Hero acudió a la playa sólo para encontrar que el cuerpo de Leandro era depositado ante sus pies por el mar. Herida profundamente, Hero se arrojó al mar para encontrarse con su amado en otro lugar.
Eurídice y Orfeo: el amor desafiante y que espera
No podíamos dejar de mencionar la triste historia de estos amantes. Orfeo era hijo de Eagro, quien era rey de Tracia, y de la musa Calíope. Era un hombre tan virtuoso, querido y amado tanto por hombres como por los dioses mismos, que su música y canto lograban verdaderos prodigios. Un día, Orfeo encontró a la ninfa Eurídice, de quien quedó profundamente enamorado, al igual que ella de él. Era tal la alegría del mismo Zeus por ver a Orfeo tan feliz, que se cuenta que los ríos y los campos cantaban de alegría al ver a los dos amantes juntos. Sin embargo, un día, Eurídice se percató de que un pastor de nombre Aristeo la acosaba, se escondió detrás de unos arbustos, sin percatarse de que yacía ahí una serpiente, misma que la atacó, terminando así con su vida.
Nada pudo hacer el desesperado Orfeo al tenerla entre sus brazos y ver cómo ella moría. En su tristeza, sus cantos se volvieron tan dolorosos para Zeus y otros dioses, que le permitieron que viajara al Inframundo para rescatar a su amada. Una vez ahí, alegre por la oportunidad que le habían concedido los dioses, Orfeo entonó cantos que llegaron a los oídos del propio Hades y de Perséfone, quienes maravillados, permitieron que el héroe pudiera llevarse a su amada con él. Pero, se le fue puesta una condición a Orfeo: «Podrás llevarte de aquí a tu amada, pero no podrás voltear hasta no haber alcanzado ambos el lugar donde la luz del sol bañe la tierra de los vivos». Agradecidos, los dos amantes caminaron hacia su destino. Apenas Orfeo hubo tocado la tierra acariciada por el sol, desesperado por ver a su amada, volteo con rapidez, sin haberse fijado que Eurídice todavía no cruzaba el umbral. Lo último que Orfeo escuchó por parte de su amada fue un doloroso y triste «adiós… mi amado Orfeo… ¡hasta pronto!», desapareciendo tras las sombras de la muerte.

Dolido por su pérdida, Orfeo viajó entre los bosques tratando de encontrar consuelo con su lira. Sin embargo, los celosos dioses, no querían que un humano anduviera por la Tierra con los conocimientos de la vida después de la muerte, por lo que encomendaron a las Ménades ir tras él, terminando por despedazarlo.
Alcestes y Admeto: el amor que da vida
Nuestra historia comienza en la ciudad de Feras (Tesalia), donde Admeto era el querido y admirado monarca. Sin embargo, la enfermedad estaba causando estragos en el regente y el pueblo estaba desconsolado y en demasía preocupado. Nada se podía hacer por su amado rey. Apolo, quien tenía en alta estima y cariño a Admeto, suplicó con tristeza a Zeus que le permitiera salvarse de la muerte. Sin embargo, éste explicó al suplicante dios que no le era posible detener la rueda del Destino. Pero al ver al desconsolado Apolo, Zeus dio una condición: «Si quieres que tu querido Admeto se salve, tendrás que ofrecer a las Moiras otra alma en su lugar».
¿Quién estaría dispuesto a ofrecerse en lugar del rey? Como era de esperarse, el amor y la devoción por este tan querido ser, no era lo suficiente como para sacrificar la vida en su lugar. Ni sus ancianos padres, ni su familia, ni sus devotos súbditos. La esperanza parecía perdida y Apolo se lamentaba profundamente. Hasta que Alcestes, la esposa del rey, se ofreció ocupar el lugar de su amado en el Hades. ¿Pero cómo podría Apolo permitir tal sacrificio? Después de todo, Alcestes era joven y una amorosa madre que dejaría en desamparo a sus hijos. El benevolente dios trató de todas las formas posibles de persuadirle, pero Alcestes se negó a arrepentirse de su decisión. Mientras que Admeto se recuperaba favorablemente, la reina Alcestes se encontraba más cercana a la muerte.

Gracias al feliz destino, Hércules se encontraba en Feras, por lo que al enterarse del valiente sacrificio de la reina Alcestes, rogó a su padre Zeus poder intervenir, por lo que cuando Tánatos (Muerte) estuvo a punto de llevársela, el héroe le apretó entre sus brazos y le ordenó alejarse de la moribunda mujer. Lleno de miedo, Tánatos se escapó y se marchó sin el alma de Alcestes. La reina recuperó la salud, así como su amado esposo. Y en muestra de su benevolencia, el rey disculpó a todos los que se negaron a ayudarle.
Psique y Eros: el amor perfecto
Por último, me gustaría contarles sobre estos dos. Psique (alma), era la menor de las tres hijas de una reina. Era tal su belleza que habían comentarios que la comparaban con la mismísima Afrodita, incluso hacían que llegara a ser más hermosa que la diosa. Afrodita, al ver que las miradas se iban hacia la joven, llena de celos e ira, ordenó a su hijo Eros que fuera, en forma de un horripilante monstruo, a ponerle fin a la vida de Psique. Las hermanas de Psique habían logrado contraer matrimonio, pero ella se mantenía soltera sin ningún pretendiente. Desolado por la tristeza de su hija, su padre fue a consultar al Oráculo. Pero lo único que logró fue espantarse ante la profecía dada: habría de vestir a su hija con vestidos nupciales y abandonarla a su suerte en lo alto de una montaña, pues Destino había sentenciado que una feroz bestia se hiciera con ella.
Aunque con temor, el padre cumplió con lo dicho por el Oráculo. Una vez sola, Psique fue guiada por un céfiro hacia un valle donde yacía un hermoso castillo de oro. Ahí fue atendida por sirvientes que Psique no podía ver. ¿En qué lugar se encontraba la joven? Llena de dudas, Psique escuchó un murmullo en su oído que respondía a la pregunta de dónde estaba: «Yaces ahora en donde serás amada y donde tus deseos serán realidad». La joven fue descubriendo que cada cosa que ella pedía, se veía cumplida de forma inmediata. Llegada la noche, se le hizo saber que su esposo había llegado para cumplir con las labores conyugales. Ella, asustada por lo que le había contado su padre sobre la feroz bestia, sólo encontró ternura y dulzura por parte de su esposo, sin embargo no podía notar su forma física. Al llegar la mañana, el misterioso ser desaparecía para no ser visto por Psique. Y así pasaba todo el tiempo, muy al pesar de la joven quien le pedía a su esposo poder mirarlo y que éste se negaba rotundamente. «¿Qué acaso no somos dichosos? No te atormentes pues en saber quién soy y sólo disfruta de todo lo que amorosamente te ofrezco».

Un día, Psique fue visitada por su familia, recibiendo un consejo perturbador por parte de sus hermanas: ella debería matar a su esposo. Sin embargo, ella no aceptó tal cosa, antes bien se armó de valor y, cogiendo un candil, se animó a alumbrar el rostro de su amoroso esposo en la noche. Ella descubrió que se trataba de Eros, quien no pudo evitar enamorarse de ella y pasar de largo la orden de su madre Afrodita. Sin embargo, el enojado dios, desapareció junto con todos los lujos que le había ofrecido a Psique, dejándola sola una vez más en la cima de la montaña. La joven se dispuso a buscar a su amado por todas partes, no sin sufrir los castigos de la iracunda Afrodita por todo ese tiempo. Pero Eros, no dejó de amarla, por lo que la ayudaba a superar todo dilema ocasionado por su madre.
Eros suplicó a Zeus poder estar con su amada por toda la eternidad, por lo que el padre de los dioses accedió, haciendo llevar ante él a Psique. Le hicieron comer ambrosía y beber el néctar, haciendo que ella alcanzara la inmortalidad. Así fue como, ante la presencia del Olimpo, Psique y Eros, es decir, el alma y el amor, quedaron unidos por toda la eternidad.
Lo que nos queda es amar
Me disculpo por este recorrido tan largo. Pero como entenderán, la mitología nos brinda de varias historias que nos pueden ayudar a orientarnos en nuestras vidas. Ciertamente han sido historias tristes que ponen a prueba al hombre y a la mujer en todo momento. Es que el amor es así, una prueba constante. ¿Amar o ser amados? ¿Sólo se puede uno? No, la realidad es que son cosas que todos buscamos, de maneras distintas y que, del mismo modo, encontramos. Creemos que amamos (idealización) a alguien en específico, esperando ser correspondidos. A veces así sucede, a veces no. Pero pesa mucho el no serlo, por eso es que caemos en cuenta de lo doloroso que es amar.
Sin embargo, no debemos perder nunca el amor propio al perder el amor del otro, pues nos quedaríamos sin amor, sin esperanza. En el corazón debemos abrazar al amor en tanto que nos da la esperanza del día a día. San Agustín nos recuerda «ama y haz lo que quieras», ya que «la medida de todo es el amor».
Así que, a pesar de que el amor nos resulte algo trágico, siempre hay la esperanza de seguir amando. Un día, el amor será tan grande, que hará un eco tan fuerte, que inevitablemente hará que alguien se guíe hacia nosotros.
Los abrazo.
