«Siempre fue mi deseo resultar agradable a los demás y mucho me ha dolido que siempre me fueran indiferentes. Huérfano de fortuna, tengo, como todos los huérfanos, necesidad de ser objeto de afecto por parte de alguien».
-Fernando Pessoa
Queridos(as) lectores(as):
Escribir se me ha complicado mucho en este tiempo. Sigo en amoroso duelo por la ausencia de mi papá. Pero no dejo de estar al pendiente de las inquietudes que llegan a compartirme en mis redes sociales. De hecho, muy pronto habrá algo nuevo para compartir con ustedes.
Hay una inquietud que me hizo llegar L., un joven originario de Guatemala. Les comparto un breve fragmento de su mensaje: «[…] me siento tan sólo y olvidado, que me consuela poder escribirte y esperar a que me leas». En efecto, le contesté a la primera oportunidad, pero confieso que su inquietud la siento muy personal. El olvido es un tema que cala nuestros huesos y duele, en verdad mucho. Por eso empecé con la frase de Pessoa que recordé de su aclamado texto El libro del desasosiego (Livro do Desassossego, 1982).

Huérfanos de fortuna
«Querido L., siento tu soledad y te comparto la mía. ¿Sabes? Al final de cuentas, todos en el mundo somos soledades que nos encontramos». Así empecé mi respuesta al amigo guatemalteco. Regresando al escritor portugués, dicho libro es el resultado de una recopilación de notas, fragmentos, aforismos y reflexiones filosóficas que no fueron publicadas debido a su muerte. Pessoa a lo largo del libro él se presenta como un desafortunado, un «huérfano de la fortuna». Llega a esa conclusión porque incluso ha perdido el deseo de algún día ser feliz.
No puedo compartir el contenido central del porqué de la inquietud de L., pero puedo asegurarles que es resultado de la terrible indiferencia y del salvaje individualismo que vivimos en nuestros trágicos días presentes. De hecho, recordé un encuentro que tuvimos en esta página hace tiempo que tenia que ver con la soledad de los enfermos. ¿Qué hace que la gente «se olvide» de los demás? ¿Qué es lo que no se ha hecho como para asegurar la presencia de los otros? Son tantas preguntas e incontables respuestas. Pero una vez más, el amor vuelve a ser el centro de atención en esta notable búsqueda.

¿Dónde están los demás?
Es curioso que esa pregunta nos la hagamos siempre cuando estamos pasando momentos difíciles. Porque cuando no es así, y al contrario, son momentos felices, sabemos exactamente dónde están los demás. El tema de la presencia y la ausencia, a mi creer, cae en un tema de interpretación, entre el ser y el estar. ¿Qué significa ser? ¿Qué significa estar? Varias veces he insistido en la importancia del saber ser y del saber estar, cosa que no ha sido fácil ya que es algo que cae en la mera opinión personal de cada uno de nosotros, pero que sin lugar a dudas, en el notable esfuerzo que cada uno hace para explicarse, se pierde toda intención y se vuelve, más bien, una justificación de la falta.
El amor, tal como pensaría Pessoa, es el único bálsamo que puede ayudarnos a sobrellevar la pesada existencia y sus drásticos avatares. Pero ese amor no puede ser egoísta, debe conocer de espacio y tiempo, es decir: cuándo darlo, a quién, de qué manera, etc. Recordemos a Emmanuel Levinas: mirar al otro desde la bondad. Todos tenemos problemas, cierto, pero hay quienes la están pasando peor, y a veces no somos capaces ni de imaginar qué tanto. El doloroso silencio de los que esperan. Querido L., cuando leí «esperar a que me leas», me recorrió el cuerpo una sensación de tremenda ternura que sólo un abrazo sincero puede ofrecer al otro.

La espera es justo un acto que nos sostiene a pesar de las circunstancias. Cuando una persona se siente atrapada en el olvido, hay una silenciosa espera en su corazón de ser recordado, de ser tomado en cuenta, de que alguien le hable o le escriba. Y aunque no suceda nada de eso, esa espera se vuelve una suerte de fuerza. Pero, cuidado, no pensemos que esa «notable fortaleza» sea duradera. En algún momento, la realidad puede pegar con toda su ira y desencadenar tristísimas consecuencias.
Mientras aquí siga, te sigo.
Las muestras de amor, los detalles, aquellas lindas ocurrencias que hacen sonreír al que está triste, son auténticos regalos. Pero no se trata de lo que se hace o lo que se da, sino de quien lo hace y quien lo da. Como le decía a L., «somos soledades que se encuentran». Aunque he defendido la importancia que tiene en nuestra vida vivir nuestra propia soldad, también es importante señalar que como todo, al exagerar, puede ser peligroso.
¿Qué decir? ¿Qué hacer? Caray, con el estar uno aprende a ser y a hacer. Es un hecho. No desperdiciemos el tiempo y recordemos que ante la terrible pandemia que estamos viviendo, la esperanza somos nosotros para muchos otros. «Cosechas lo que siembras»: que el olvido no haga que te olviden después.
Te abrazo, te acompaño, te escucho.
No te olvido nunca.

Querido yo:
Espero que, a pesar de la inherente soledad de mi propia individualidad, no te sientas abandonado. No es lo mismo una cosa que la otra, pero se hacen compañía. Los demás que yo sufren de lo mismo, pero lo manifiestan de modos muy diversos… Unos quieren hacer empresas, otros buscan poder, otros quieren dar cursos y otros más buscan el abrazo sincero de la compasión y la intimidad humanas, e inclusive hasta las no humanas. Tú me entiendes y yo te comprendo. Sólo diles qué necesitas y yo estaré ahí para acudir a ellos.
No hay forma de que me olvidemos, aquí estoy.
Tu abrazo es el mío.
M.
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