Queridos(as) lectores(as):
Deseo de todo corazón que estén bien y cuidándose mucho, por supuesto de paso a sus seres queridos. El domingo se celebró el famosos 14 de febrero, día de San Valentín. Criticado por muchos y muy esperado por todos, pero lo cierto es que en estos tiempos en los que la desesperanza y la inquietud nos hacen visitas constantes, nada más humano que recuperar la esperanza misma a partir del amor y de la amistad.
Justo tuve la oportunidad de platicar con un viejo y querido amigo desde la infancia; me permitió afianzarme a la compañía y al buen querer de una amistad. En un momento, él me «cuestionó» sobre mis posturas filosóficas, insistiendo que el existencialismo no lo veía claro en mí y que siempre más bien me consideraba como un estoico. Me parece que ningún filósofo se puede «casar» con una corriente o rama filosófica al 100%, antes bien cada aporte de los grandes pensadores del pasado deberían servirnos para orientar nuestro pensamiento y redescubrir los horizontes de nuestra vida.
¿Qué es el estoicismo?
Recuerdo que ya lo había comentado brevemente en un encuentro anterior, pero después de haber convivido con mi amigo, definitivamente me sembró la inquietud de tratarlo aquí con ustedes, además de que me parece que es algo que nos podría ayudar a lidiar con el día a día ante la pandemia que estamos viviendo. Zenón de Citio fundó esta escuela allá por el 301 a.C.; grosso modo, enseña que el hombre debe ser capaz de controlar y dominar los hechos, sus pasiones y todo aquello que le quite la calma y, en cierto modo, le arrebate el tiempo presente. Pasado y futuro son cosas que pueden provocar en nosotros, usando una terminología médica, demasiada ansiedad.

Cuando una persona se le conoce por tener una «actitud estoica» justo es por su capacidad de tener control ante las circunstancias de la vida. ¿Qué es lo que podemos controlar o al menos participar de ello? El tiempo presente. Pero para poder hacer eso, hay que tener un ejercicio mental adecuado, ya que no es tan fácil hacerlo como decirlo. Así como muchos colegas, la palabra «ansiedad» me parece algo demasiado abstracto, pero siguiendo esa línea, podríamos decir que es el momento en el que «perdemos la ilusión de control» y nos damos cuenta que «se nos va de las manos» la situación que estamos viviendo. Y viene con ello la desesperación.
Eso me suena a budismo…
Ciertamente, el estoicismo es una filosofía que posiblemente tuvo su influencia oriental, ya que fue Siddharta Gautama, mejor conocido como Buda (el iluminado), quien enseñó muchos siglos antes el control sobre las pasiones, los deseos y las emociones, que son las responsables de desestabilizar al ser humano. Bien dicen que muchos de nuestros problemas están en la mente, incluso que sólo están ahí. ¡Pero cuánto nos agobian! La consciencia del momento presente, tanto en el budismo como el estoicismo, no es más que una técnica que busca el bienestar de nuestra vida. Tanto el pasado como el futuro nos pueden desgastar y provocar mucho malestar.

Pero, cuidado, no se trata de ignorar lo que fue o no preocuparse de lo que será, sino de no depositarnos demasiado en ellos. Podemos incluso confundir la «actitud estoica» con un «hacernos los fuertes» y eso no es precisamente lo que se busca. Al contrario, la actitud estoica nos permite centrarnos durante las circunstancias difíciles canalizando lo que se puede hacer en el momento, y muchas veces, no es actuar como si no pasara nada. La desesperación nos abre muchos frentes cuando solamente estamos ante uno, por eso hay que enfocarse en lo que nos está ocasionando el malestar y, así, poco a poco ir resolviendo lo que se pueda. Tampoco se trata de un «desprendimiento» de la realidad, es sólo afrontarla sin añadirle cosas de más.
¿Qué hacer?
Si nos metemos a la red, podemos encontrar muchos consejos y medios para poder buscar la vida estoica o el ejemplo budista, sin embargo, no son remedios que se cumplan de la noche a la mañana. Como todo en la vida, requieren su tiempo y su esfuerzo, al final de cuentas son técnicas para ejercitar nuestra mente y poder aclarar nuestra manera de afrontar la realidad de nuestros días. Todos podemos hacerlo, es sólo cuestión de que nos demos a la tarea de comprometernos con ello.
Ante este tiempo de pandemia, las inquietudes y miedos se nos disparan constantemente. No es de sorprender la gran demanda de apoyo psicológico, pero tampoco se trata de dejarlo nada más en eso. Tenemos que, insisto, ejercitar también nuestra mente. Encontrar un momento y un espacio en nuestro día a día en el que nos centremos solamente en nosotros mismos, en nuestros sentimientos, emociones, pensamientos, miedos, etc., pero sobre todo ser sinceros con ello.

Para esto es bueno un rato de meditación, de oración, poder relajarse escuchando música clásica agradable, hay quienes optan por recursos de aromaterapia para ayudar al cuerpo, etc. Pero lo que más debe predominar en esto es la no negación de la vida, cosa que hemos venido hablando en encuentros anteriores. Las cosas suceden por algo, y muchas veces no sabremos darle una explicación racional, sólo nos queda aceptar y no intentar comprender. Sé que es algo complicado, pero todo en la vida debe tener su sano límite, por lo que si nos esforzamos por tratar de comprender cosas que no tienen una aparente explicación racional, lo único que generaremos es más inquietud y desesperación en nosotros, terminando por explotar y tener crisis emocionales muy fuertes.
Antes de despedirnos, me gustaría compartirles el poema Invictus (traducido al castellano) de William Ernest Henley (1849-1903):
En la noche que me envuelve,
negra como un pozo insondable,
doy gracias al dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido ni llorado.
Ante las puñaladas del azar
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror,
no obstante la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán recto haya seguido el camino,
ni cuántos castigos lleve a la espalda,
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
