Queridos(as) lectores(as):
Sé perfectamente que la pandemia ha modificado, quizá de manera abrupta, nuestro modo de vida. Muchas personas han perdido sus trabajos, otros la oportunidad de seguir estudiando. Si algo nos ha demostrado el COVID-19, aparte de la letalidad de algo que, hasta la fecha, no tiene modo de pararse, son las tremendas brechas tecnológicas que existen en la sociedad de la así llamada «época de la comunicación».
Pero no sólo eso, ya que no todo gira alrededor de la adquisición tecnológica (en tanto que hay gente que no tiene los medios para tener una computadora moderna, acceso a internet, cantidad apropiada de computadoras para cada integrante de la familia, etc.), sino que también se ha demostrado que no existe consciencia sobre el uso apropiado de la misma.
¿A qué voy con esto? Ya van varios casos que escucho en los que tanto los trabajos como la situación académica, se han visto rebasados por el abuso. Trabajos que antes de la pandemia eran presenciales, encontraron el modo de hacerlos home office, pero que a su vez los volvieron tremendamente pesados. Es decir, una querida amiga me comentaba que antes, ella trabajaba desde las 9 de la mañana hasta más 16 hrs., pero que ahora es desde las 8 hasta las 23 hrs. ¿Por qué? Me comenta que como han tenido que modificar algunas cosas en la empresa donde trabaja, entre las cuales destaca la liquidación de muchos empleados por «falta de presupuesto» para costear sus sueldos, las cargas de trabajo se han triplicado desde que comenzó en México la suspensión de actividades presenciales.
Pero también, antes de continuar, resalta el tema de las llamadas clases virtuales, en las que he escuchado incontables quejas por parte de ex alumnos míos sobre el pobre y terrible contenido simplón que hay en muchas de ellas, donde muchos profesores dan temas muy sencillos, pero que dejan tareas muy complejas. Conozco el particular caso de A., quien estudia en en una de las universidad privadas de mayor prestigio del país. Ella no sólo tiene horarios insufribles (desde las 8 hasta las 18 hrs), sino que la carga de tareas se ha vuelto un infierno para ella. Puedo decir que ha sido siempre una alumna muy dedicada y con buenas calificaciones, sin embargo, me ha mostrado todo lo que le dejan y me alarma. Simple y sencillamente no es posible que hasta los fines de semana empiece sus trabajos desde temprano y me diga que va terminando hasta en la noche. ¿Y el descanso?
De un vicio a otro
Ciertamente, el uso de la tecnología nos ha ayudado, de alguna manera, en hacer más fácil nuestra vida. Sin embargo, también es cierto que se ha vuelto un vicio a tal grado que difícilmente podemos ver a una persona sin el celular cerca, que parece ya una extensión de su cuerpo. Hay estudios que dicen que las próximas generaciones, por poner un llamativo ejemplo, presentarán modificaciones físicas en sus manos de tal modo que sean más amplias para poder sostener los celulares.
Pero, ¿en qué momento ese vicio, que tenía un origen social en tanto a la comunicación con otros (redes sociales) se ha vuelto un vicio laboral y académico? ¿No caemos en cuenta que el uso diario, constante y en ocasiones risible, de los celulares, tablets y computadoras provoca deterioro en los ojos? El término cansancio visual se relaciona precisamente con eso. Recuerdo que cuando estaba en mi época de estudiante, mi mamá (q.e.p.d.) me regañaba por «leer a oscuras» pues «me iba a lastimar la vista» por forzarla. Irónicamente, ahora podemos tener la luz «adecuada» para seguir viendo cosas en la noche, pero que nos perjudica poco a poco. Además, trayendo el tema del insomnio que ha ido creciendo en varios sectores de la sociedad, no se toma en cuenta que la luz blanca reactiva al cerebro.
Cansancio emocional
Hay un malestar muy marcado en este año 2020: el ser humano está desesperado por volver a convivir de manera presencial, por tener contacto físico y eso es más que entendible. Éste malestar ha degenerado en un deterioro anímico y emocional que lleva a muchas personas a pleitos por cualquier cosa. La inseguridad, la falta de educación emocional, los prejuicios contra el psicoanálisis y demás psicoterapias, el sentimiento de soledad y de abandono, están abriendo grandes problemas que, de no tratarse ahora, se volverán un punto más a la lista de fracasos de las estructuras socio-económicas de la llamada posmodernidad.
Hace unos años, el filósofo surcoreano-alemán, Byung-Chul Han, en su texto La sociedad del cansancio, señalaba lo siguiente:
El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Esta autorreferencialidad genera una libertad paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica.
Parece ser que la sociedad actual exige tanto a sus miembros que les prohíbe todo tipo de descanso, haciéndolos sentir hasta culpables por tan sólo pensar en ello. ¿Dónde queda el descanso? Simplemente no existe. Y eso lo veo muy marcado en varios casos en los que escucho «es que no tengo tiempo». ¿Quién no tiene tiempo para levantarse de la silla y estirarse? Es decir, pareciera que las estructuras académicas y laborales actuales, producto de la pandemia, han logrado introyectar en los afectados, no sólo un deformado sentido del deber (que atiende a otros intereses ajenos, muchas veces, a ellos mismos), sino también un desprecio a la idea misma de descansar. «No me da la vida, tengo que seguir con esto o no voy a acabar».
Terrible lo que estamos viviendo. Porque me preocupa que se vuelva parte de la «nueva normalidad» que beneficia a círculos de poder que gozan de la libertad que les están negando a otros y al mismo tiempo de los grandes beneficios del trabajo de ellos. Esta explotación que encuentra sus génesis en la realidad psíquica de los trabajadores y estudiantes, devendrá en la estigmatización del gusto por hacer las cosas. Y la rutina se volverá todavía más insoportable. Ni pensar en qué sucederá cuando este ritmo tan acelerado, ridículamente llevado al exceso, se tenga que disminuir de golpe cuando las personas puedan regresan a sus actividades presenciales.



