Nuevo año: ¿nuevo yo?

Queridos(as) lectores(as):

Antes que nada, quisiera desearles un año nuevo lleno de pasión y entrega por la existencia. Recordarles la fórmula nietzscheana sobre que «hay que vivir la vida sin dejar que ella nos viva». Es decir, vivir la vida a pesar de sus circunstancias. Recordar y tener presente que no se trata de que si es un año «bueno» o «malo», eso se queda en lo meramente subjetivo, sino de hacer de nosotros algo que continúe a pesar de los obstáculos. Abrazar la vida es hacerlo con todo lo que ella significa.

Un cuento de Navidad

En 1896, en un comunicado con su querido amigo, Wilhelm Fließ, Sigmund Freud comparte esta interesante reflexión:

«En esta fiesta se celebra a la vez un duelo y un pacto. El primero es por algo perdido: los que no están, lo que no se logró. El pacto es un nuevo arreglo con la divinidad, sea Dios, la vida, la contingencia, el estado de cosas, lo irremediable, lo imposible, etc. En ambos casos, nos sigue convocando a desafiar al futuro».

Pase lo que pase, pasará. Tan cierto como aquella sentencia del filósofo griego Heráclito: nunca nos bañamos en el mismo río dos veces. Ni es el mismo río, ni nosotros tampoco. La vida fluye, nosotros también. Sin embargo, ¿qué tan segura es la embarcación sobre la que nos aventuramos al mar de la vida? ¿Qué tan seguros estamos de tener el control? ¿Lo tenemos?

Revolución: mente y corazón

Debemos tener una revolución de corazones y consciencias, cambiar nuestra manera de ver, escuchar y sentir al mundo: ser más tiernos, cariñoso y empáticos. Porque lo somos, pero el mundo nos provoca miedo, estamos heridos, no queremos más dolor. Hay que saber serlo con quien se pueda serlo.

Pero no seamos como el mítico Davy Jones, quien ante la decepción por la traición de la peligrosa Calipso, se extirpó el corazón y lo hizo guardar en un lugar donde la diosa nunca lo encontrara. ¿Realmente vale la pena retirar nuestro corazón del mundo por culpa de algunos? Más bien tendríamos que ver dónde nuestro amor, nuestra ternura y cariño son bien recibidos y bien correspondidos.

Cierto es que hay que «hacer el bien sin mirar a quién», como lo es también que «cuando lo hagamos no esperemos ni una sonrisa siquiera». Pero es complicado. La caótica naturaleza del ser humano es exigente siempre. Estamos ante la falta y la queremos llenar. Pero nuestra obsesión nos lleva a adentrarnos en momentos y circunstancias que sólo nos garantizan dolor por la decepción. El problema no es el otro, sino las altas expectativas que depositamos en él o en ella. ¿Acaso son las mismas expectativas con las que SIEMPRE nos exigimos ser para los demás?

Ser sin ser de más

¿Por qué nos exigimos tanto cuando se trata de ser para los demás? Es decir, ¿dónde queda nuestro ser ante lo que los otros exigen de nosotros? Ya no es fácil decir «NO», así como tampoco resulta fácil expresar lo que realmente sentimos. Insisto: no se trata tanto del otro, sino de lo que nosotros hacemos por el otro. No se trata de renunciar a lo que somos para ser «aceptados», pero tampoco se trata de que acepten lo que somos «les guste o no».

La sabiduría popular mexicana nos dice «siempre hay un roto para un descocido». ¿Qué necesidad de encajar a la fuerza? Debemos saber renunciar al capricho de querer llenar nuestros vacíos con lo primero que encontramos, como si nos diera miedo no encontrar la respuesta después.

Antes de amar al otro, en verdad hay que aprender a amarnos a nosotros mismos. Siempre a mis alumnos trato de enseñarles que hay que escuchar(se). Y en verdad es muy complicado: la demanda posmoderna nos lleva entre el deseo propio y el deseo ajeno. Debemos saber diferenciar y darnos cuenta que también, aquello que tanto «deseamos», puede ser lo mismo que nos aniquile.

De vuelta al diván

Vamos a jalar agua para nuestro molino. ¿Por qué no empezar el año con un propósito que realmente nos ayude a tener claridad en los otros propósitos? La idea de comenzar un análisis, de ir a terapia, realmemte se funda en el deseo, en el querer hacerlo, no en la necesidad. Uno no se analiza porque lo necesita, sino porque así lo quiere. Dar ese paso, al menos eso creo, nos permite tener cierta claridad, cierto contenido sobre lo que somos y estamos siendo. Detrás de las máscaras siempre hay un rostro humano, y todavía más atrás, incontables historias dignas de ser escuchadas.

Comencemos el año regresando a nosotros mismos: recuperemos aquel deseo, aquel motivo, aquel sentido que nos permita abrazar la vida y que podamos afrontarla de la manera más digna posible. Sin miedo. Al final de cuentas, ningún camino se recorre en soledad, tarde o temprano nos topamos con gente fantástica, quienes nos acompañarán. Pero, cuidado, porque en todos los caminos también hay serpientes, lejos de ponernos a pelear con ellas, es mejor pasar de lado. Eso, quizá, es parte fundamental del amor propio.

¡Feliz 2020!

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