La sonrisa de un ser triste

Queridos(as) lectores(as):

Aprovechando el empujón que la película Joker (2019) ha dado para pensar en el delicadísimo tema de la salud mental, quisiera aprovechar esta oportunidad para hablar sobre un tema que en verdad merece toda nuestra preocupación. Me refiero a la depresión. Aunque les invito, en este punto, a que primero piensen qué entienden por depresión antes de avanzar en la lectura. Muchos de ustedes seguramente se sorprenderán de lo que realmente es.

Depresión, un padecimiento silencioso

Para empezar, definamos la depresión. Según el DSM-5 (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), «los trastornos depresivos se caracterizan por una tristeza de una intensidad o un duración suficiente como para interferir en la funcionalidad y, en ocasiones, por una disminución del interés o del placer despertado por las actividades. Se desconoce la causa exacta, pero probablemente tiene que ver con la herencia, cambios en las concentraciones de neurotransmisores, una alteración en la función neuroendocrina y factores psicosociales. El diagnóstico se basa en la anamnesis. En el tratamiento se utilizan fármacos o psicoterapia y, en ocasiones, terapia electroconvulsiva».

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Aterricemos un poco lo anterior: la depresión es la pérdida total o gradual del interés por la vida. Es decir, no se trata de ver a una persona llorar y estar triste sin más para pensar que padece depresión, ya que muchas veces (sino es que las más) suelen ocultarla tras una amable sonrisa y un comportamiento tranquilo o ameno. Tampoco estoy diciendo que padecer depresión nos lleva al suicidio. Seguramente han visto publicaciones en Facebook, Twitter y demás redes sociales que dicen algo como «los rostros de la depresión» y suelen acompañarlas con fotos de celebridades que se quitaron la vida. El caso es que la depresión se suma a la lista de padecimientos silenciosos que pueden llevar a poner en riesgo la salud y la vida en el peor de los casos.

¿Han escuchado la historia de Pagliacci?

Quizás estén pensando en este momento en el drama operístico italiano Pagliacci (Payasos) de Ruggero Leoncavallo (1892), pero no, en esta ocasión tenemos que apegarnos más a la modernidad, específicamente al mundo de los cómics o de la novela gráfica. En Watchmen (1986) de Alan Moore y de John Higgins, tenemos un personaje llamado Roscharch, un justiciero, quien en un momento a modo de soliloquio nos comparte la historia en cuestión:

Un hombre va al médico. Le cuenta que está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor le responde: “El tratamiento es sencillo, el gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad, vaya a verlo, eso lo animará”. El hombre se echa a llorar y dice: “Pero, doctor… yo soy Pagliacci”.

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Terrible, ¿no creen? ¿Se imaginan estar en los zapatos de Pagliacci? Pensemos en lo irónico del asunto: una persona que tiene el gran talento, el maravilloso don, de hacer reír a la gente y que, mientras lo hace, se encuentra hundido en la depresión. Es como el mexicanísimo «saber aconsejar a los demás, menos a mí mismo». En verdad es una experiencia dolorosa y en sumo triste. Sin embargo, es justamente lo que nos debe llamar la atención y dejar de pensar que vamos por el mundo como si se tratara de una comedia, forzándonos a nosotros mismos a estar «bien» ante los ojos de los demás.

Les aseguro: donde abundan las sonrisas, se están derramando las lágrimas.

La sociedad es un baile de máscaras

Justo es la afirmación que encontramos en El retrato de Dorian Gray, del célebre escritor irlandés, Oscar Wilde (1854 – 1900). ¿Pero a qué se refería con eso? Simple: en la sociedad todos actúan. Y a veces resulta peor que los actores políticos, porque los papeles que cada uno de nosotros interpretamos, lo hacemos de una manera forzada y dolorosa, con tal de cumplir con las exigencias y parámetros sociales.

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Tenemos que entender que la depresión, el hecho de padecerla, es algo que le puede suceder a cualquiera. Es como cuando nos enfermamos de gripe: si nos atendemos como es debido, visitando al médico y tomando las medicinas que nos recete y atendamos al pie de la letra sus recomendaciones para nuestro propio cuidado, saldremos bien, pero si no lo hacemos, y seguimos sin cuidarnos, podemos terminar con problemas respiratorios que nos pueden llevar a la muerte. Por eso es que hay que ir con verdaderos especialistas de la salud mental.

¿Pero con quién ir? En muchos casos, es recomendable acudir primero con un psiquiatra, mismo que hará el diagnóstico adecuado, pero que a su vez es más que probable que recomiende que en lo que dura el tratamiento farmacológico que dará, se visite a un psicoterapeuta o psicoanalista para poder poner en palabras lo que nos está carcomiendo el alma.

Por último, no están, no estamos solos. Siempre podremos encontrar el apoyo de profesionales que nos podrán ayudar a salir adelante. Lo cierto es que no podemos menospreciar la compañía de la familia y de los amigos, pero hay veces en que se necesita una escucha neutral. Hay que mantener el ánimo, sin embargo, no permitir el autoengaño. Ya ven que, al final, las máscaras son sólo eso… apariencia de cualquiera.

Los abrazo con mucho cariño.

 

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