La importancia de un abrazo

Queridos(as) lectores(as):

Hace tiempo que vengo pensando en este tema, mismo que he de confesar me ocupa lo suficiente, pues es en verdad enigmático lo que sucede antes, durante y después de ese acto tan «sencillo». Lo pongo entre comillas porque no lo es del todo, por mucho que guste de dar o recibir abrazos, siempre hay un trasfondo de afecto… y miedo.

Vamos a aclarar algo: dar un abrazo SIEMPRE es un gesto de apertura hacia el otro, pero sobre todo, hacia nuestra vulnerabilidad. Es decir, cuando se da un abrazo, existe la ocasión de apertura del sentimiento del que da y del que recibe; ocasión que posibilita un acceso a la intimidad misma. Y es el momento en el que más vulnerables estamos. Recuerdo la palabras de un antiguo profesor sobre esto precisamente: «Se le da la oportunidad al otro de amarnos o de matarnos». ¡Y es cierto! Porque cuando se extienden los brazos, irónicamente, ponemos a disposición del otro nuestros órganos vitales. Y me quedo con «ponemos a disposición», pues no es otra cosa que entrega y disposición hacia el otro. ¡Servicio!

Los abrazos… ¿en la clínica?

Sin lugar a dudas, uno de los temas que más dividen a los psicoanalistas o psicoterapeutas alrededor del mundo es el del contacto físico, ya que, al menos en la cuestión analítica, pone «en peligro la transferencia» entre el paciente y el analista. Pero, ¿exactamente por qué? Estoy seguro que muchos de mis colegas tendrán sus propias opiniones, muy respetables y sin dejar de ser cuestionables para los demás; pero el contacto físico, a mi modo de verlo, es parte de la demanda misma del paciente. Es decir, no sólo hablamos de atender su demanda de escucha, hay mucho en juego en cada caso y debemos tener cuidado de no perder detalle alguno. Pero hay que saber poner límites…

Estoy leyendo un texto, muy bello, de Irvin D. Yalom, reconocido psiquiatra y psicoterapeuta existencial estadounidense, el cual es El don de la terapia (carta abierta a una nueva generación de terapeutas y a sus pacientes), en el cuál da algunos tips o consejos para poder mejorar nuestras consultas. Y en el capítulo 63, justo trata este tema del que estamos hablando: No tenga miedo de tocar a su paciente. Les comparto un breve fragmento:

Para mí es importante tocar a mis pacientes -darles la mano, agarrarlos del hombro- y trato de hacerlo en cada sesión, por lo general al final de la hora, cuando los acompaño hasta la puerta. Si un paciente quiere sostenerme la mano más de lo habitual o quiere abrazarme, rehúso sólo si existe alguna razón importante, por ejemplo, cuestiones relacionadas con sentimientos sexuales. Pero, cualquiera que sea el contacto, le doy mucha importancia a referirme a la cuestión en la sesión siguiente; quizá algo muy simple como: «Mary, nuestra última sesión terminó de forma diferente: usted me tomó la mano con sus dos manos y la sostuvo un rato largo (o «usted me pidió un abrazo»). Tuve la sensación de que usted sentía algo muy profundo. ¿Qué recuerda de eso?». Creo que la mayoría de los terapeutas tienen sus propias reglas secretas acerca del contacto físico. Hace décadas, por ejemplo, un terapeuta muy competente, ya mayor, me dijo que durante muchos años sus pacientes tenían la costumbre de terminar cada sesión dándole un beso en la mejilla. Toque. Pero asegúrese de aprovechar ese contacto para el trabajo interpersonal»

Sin lugar a dudas es un tema complejo que merece muchas sesiones de debates casi interminables, pero comparto con el Dr. Yalom la idea de buscar la verdadera motivación de la acción humana. Siempre hay un por qué, ¡y por supuesto un para qué! Cuando permitimos eso en la clínica, es siempre una estrategia que nos brinda la oportunidad de ayudar al paciente a expresar lo inexpresable en su discurso. Un querido colega y amigo psicoanalista repite mucho: «El cuerpo es en sí un lenguaje que permite traducir el oral y el escrito».

¿Y fuera de la clínica?

Seamos sinceros, seamos humanos: todos necesitamos sentir el amor del otro. Un abrazo es una muestra muy sencilla de amor y afecto (evitemos las teorías paranoicas de traición y demás negatividades por un momento). Pero también es un regalo de hacer sentir al otro seguro y protegido. Sin embargo, como les decía en un principio, no es fácil, ni darlo ni recibirlo. Y me pondré de ejemplo para ello.

Durante muchos años, me había costado mucho el contacto físico con las personas, no importaba si se tratara de un familiar, de un amigo o un amable feligrés en la iglesia, para mí era algo totalmente insoportable e incómodo recibir un contacto físico. Después de varias sesiones con mi analista y de unos exitosos Ejercicios Espirituales, pude darme cuenta que no aceptaba el contacto físico, sobre todo y especialmente los abrazos, por no sentirme vulnerable con el otro. Por miedo al dolor, por miedo a la pérdida, por una mera cuestión de aprensión, debido a algunos problemas personales. En verdad me costó mucho trabajar con esto, pero lo he ido superando con el tiempo, ¡y me estaba perdiendo de mucho! No es malo sentirse vulnerable frente al otro, pero hay que saber con quién sí serlo y con quién no. Aunque la vida les puede sorprender…

Un abrazo es también aprender a soltar

Regresando a la cuestión clínica, este analista que les comentaba hace unos momentos, gusta de compartir una experiencia durante una sesión con una paciente:

Un día recibí a M, quien me habló desesperada pidiéndome que la viera aunque no fuera ni el día ni la hora de su consulta semanal. Cuando llegó, abrí la puerta, con lágrimas en los ojos y con la garganta casi cerrada, me dijo «¿puedo darle un abrazo?». Apenas había dicho «sí» cuando ya estaba ella rodeándome con sus brazos. Sorpresivamente, mis brazos reaccionaron. Alcancé a sentir que cuando mis brazos se debilitaban, M me abrazaba con mayor fuerza como si me estuviera diciendo «no me sueltes». Duramos así por unos 5 minutos, quizá. Cuando ella dejó de abrazarme, seguía llorando, pero ya podía hablar. Perdón y gracias, Dr. -me dijo-. Le sonreí y le indiqué que se recostara en el diván. Ese día, su padre había fallecido y no podía verlo, pues vivía en otro país.

M, la paciente de mi amigo, necesitaba ese abrazo, necesitaba sentirse protegida, necesitaba sentir amor en un momento de enorme dolor. Quizá necesitaba el abrazo de un padre, mismo que nunca volvería a tener, y mi amigo en la transferencia fue el que facilitaba eso. Después de aquella ocasión, no volvió a haber necesidad de más abrazos (rompiendo entonces con aquello que algunos afirman se vuelve costumbre).

En definitiva, un abrazo es la oportunidad de soltar, de dejar ir, es algo muy simbólico.

¡Los abrazo!

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