Vive, date tu tiempo

He sido un hombre afortunado en la vida: nada me ha sido fácil.

-Sigmund Freud

Queridos(as) lectores(as):

He querido comenzar esta entrada de hoy con esa poderosa afirmación del padre del psicoanálisis, primero porque tiene un sentido muy bello y, segundo, porque creo firmemente en ello.

No es común que haya muchos informados sobre la turbulenta vida de Herr Doktor Freud (salvo que sean psicoanalistas, psicólogos, filósofos o curiosos), por lo que tampoco es común que haya mucha gente informada sobre las implicaciones personales en el desarrollo de la técnica psicoanalítica. Comprender la vida de alguien como Freud es darse la oportunidad de intentar comprender la propia vida.

Parafraseando a Jacques Lacan, Freud fue un valiente al exponerse tanto frente a los demás. Sobre todo con el tema de sus sueños. Algo que no podemos dejar de agradecer por la labor que nos ha heredado a los que seguimos estudiando sus teorías. Y en verdad que la vida de Freud fue bastante dura: un padre que bien podría pasar por su abuelo, una madre tan joven que podría ser su hermana mayor, el ser judío en una Viena clasista y racista, ser señalado por la comunidad médica por las teorías psicoanalíticas, ser señalado como un perverso y depravado por hablar de la sexualidad (cereza en el pastel, la sexualidad infantil), padecer cáncer por 20 años, la detención temporal de su hija Anna por parte de la SS nazi… en fin, muchas cosas en verdad complicadas.

Pero, a pesar de ello, Freud salió avante. Y es que su lucha, su valentía y su determinación son un ejemplo que nos hace mucha falta en esta época posmoderna en la que, día a día, son más los rendidos que los victoriosos.

Qué tremendamente complicado resulta salir adelante en la vida cuando desde pequeños nos empiezan a meter ideas derrotistas sin tan siquiera explicarlas. Por ejemplo: «no se trata de ganar, lo importante es que nos divertimos». ¿Se acuerdan de esa «enseñanza» de la infancia? Bueno, lo que faltaba mucho era entender que el perder nos daba la oportunidad de seguir intentando, haciendo mejor las cosas, siendo mejores como personas y como profesionales. Sin embargo, ese «lo importante es que nos divertimos» es algo tremendamente perjudicial, ya que no nos permite saborear el fracaso, conocer el sabor que no queremos volver a probar. ¿Me siguen?

Estoy pensando en este momento en el particular caso de un conocido, amante de los famosos couchings, donde ha «aprendido» que el «no» es detestable, hay que ser optimistas y decir «sí» a todo. Pero, ¿por qué? La respuesta que les dan es que hay que «decretar las cosas siempre de manera optimista para que así sucedan». ¿Se imaginan el poder divino que tendríamos cada uno de nosotros de hacer de la realidad algo meramente dependiente de nuestros pensamientos optimistas? Es decir, que con el hecho de «decretar que me va a ir bien en el día, así será». ¡Wow! Pero, lamentablemente no es así. ¿Dónde queda entonces el pensamiento optimista (el deseo) del otro?

Esperen… ¿será acaso que lo que nos está haciendo eso de decirle «sí» a todo es volvernos unos perversos narcisistas? ¡Oh! No, no es para tanto, pero sí nos está haciendo esclavos de nosotros mismos. Hace ya varias entradas anteriores a ésta les había tratado de explicar el peligro que conlleva tener ese pensamiento optimista. Por lo que si les interesa, adelante, dense su tiempo y busquen el texto.

Tenemos que aprender a aceptar la vida con todos sus colores y matices, no podemos encapricharnos en cosas tan absurdas como que la vida tiene que ser como nosotros esperamos que sea. Porque hacer algo así es despreciar la vida misma. Quien opta por vivir de ilusiones, apartándose de lo real, está destinado a un futuro muy triste y desolador. Cuidado, no estoy diciendo que esté mal tener ilusiones, al contrario, siempre hay que tener algo de que aferrarnos, pero ese algo no debe hacer que despeguemos los pies de la tierra.

Kierkegaard, el padre del conocido existencialismo creyente (cosa debatible), apostaba por el Dent Enkelte, es decir, buscar ser auténticos, originales y singulares. Una vida auténtica, en otras palabras. Tenemos que sacudir al individuo de la multitud y apostar por su individualidad, de tal modo que pueda verse y saberse uno, distinto a los demás. Pero no especial, cuidado con eso. Sin embargo, hoy esta alocada manera de vivir que es la inmediatez, nos ha hecho estar siempre atentos a la demanda de los demás. ¿Demanda? Sí, el estar pendiente a cumplir con lo que los demás quieren, con lo que los demás esperan o exigen de nosotros. ¡Y estamos siendo esclavos de ello! Decirle «sí» a todo es ceder, y lo cierto es que la naturaleza del hombre, entre muchas cosas, es voluntad de poder.

¿Se habían puesto a pensar que muchos padecimientos mentales se dan, precisamente, porque no estamos cumpliendo con el otro? Con los padres, los hermanos, los amigos, los novios, la pareja, el/la «peor es nada»… ¿Y cuándo empezaremos a cumplir con nosotros mismos? Es decir, ¿acaso se detienen un momento a escucharse a ustedes mismos? ¿A hacerse caso? Como mencionaba en sus cartas Edgar Allan Poe: «(…) a escuchar el latido de sus corazones»?

Queridos(as) lectores(as), tranquilos(as), lleven la vida con calma, pero no la descuiden. Dense la oportunidad de equivocarse, no sean tan exigentes con ustedes mismos. Ya es demasiada la presión que ejerce sobre nosotros el Superyó como para que nos auto-desquiciemos con nuestras propias exigencias y demandas absurdas sobre lo que los otros esperan de nosotros.

Pero, ¿es que acaso se puede hacer algo? ¡Claro! Lean un buen libro, salgan ustedes solos(as) a caminar, a tomar un café, al cine, a una tienda, etc. Dejen ese maldito celular un rato y las redes sociales, igual el mundo sigue girando sin que ustedes se den cuenta. Dejen la rutina, dejen de depender de otros para vivir sus vidas. Son todo esto quizá sugerencias que no les den un panorama de la vida distinto, pero que les podrán ayudar a comenzar a tener una relación auténtica con ustedes mismos. Empezar a ser sinceros con uno mismo es de las claves para no amargarse en la vida.

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