Queridos(as) lectores(as):
Ayer tuve una plática muy interesante con una amiga que se encuentra de viaje. Entre los varios temas que tratamos, salió un comentario que me ha inspirado a escribir esta entrada: «es que tú estás acostumbrado a tu soledad».
Acostumbrarse a la soledad
En mis tiempos de preparatoria, tuve el gran gusto de leer a un sacerdote holandés, Henri Nouwen. Fueron varios de sus textos los que llenaron mis tardes de ocio. Entre ellos, uno que se llama Ensayos. Ahí encontré una frase muy poderosa que me ayudó a entender que «la soledad es el horno de la transformación». ¿A qué se refería con eso? Hoy en día vivimos en una realidad en la que la soledad es mal vista, se le teme y hasta se le huye; nadie quiere estar solo, nadie puede estar solo. A veces parece que es broma, pero hoy en día la exigencia o demanda de afecto es tremenda. Hay mucha necesidad de sentirse amados, queridos, que existimos. Sucede que son muchísimas personas que no saben estar consigo mismas: disfrutar el enorme privilegio de poder estar solos.
Cuando Nouwen menciona el «horno de la transformación», la lectura que hago de ella es que es la ocasión en la que cada uno de nosotros podemos estar tranquilos, sin nadie más que nos distraiga. Sólo estamos nosotros, ahí, «sin Dios y sin diablo» (como diría Sabines). Debemos entender que muchas veces nos negamos nuestra propia autenticidad, singularidad e individualidad por querer complacer al otro, a una institución, a una sociedad. Vivimos en la época de la tiranía del Superyó. Cada vez es más desgastante. Cada vez es más exigente. Y somos todo sin ser nada realmente, de ahí que el terror al compromiso y a la responsabilidad se vuelvan el pan nuestro de cada día.
No es que uno se acostumbre a la soledad, sino que más bien es que sepa aprovecharla. Justo la transformación se da de dentro hacia fuera, con un examen de conciencia que nos permita reconocer, con absoluta humildad, no sólo nuestras fallas, sino también nuestros logros. Reconocer no es morir. En ese proceso, podemos acercarnos a nuestra falta, buscar respuestas y aceptar las soluciones. Muchas veces pensamos tanto en los problemas que descuidamos pensar en las soluciones. En este horno de la transformación hablamos de un retorno a nosotros mismos, a lo más íntimo, a todo aquello que nos causa alegría, miedo, nostalgia, placer, etc. Es intentar conocerse a sí mismo.
Camino de rosas
¿Alguna vez han estado rodeados de tantas rosas que no logran identificar otros olores más que los de ellas? Bueno, la soledad es rodearse de uno mismo para reconocerse absolutamente todo. Edgar Allan Poe solía decir que la felicidad comienza cuando, en un momento de nuestro andar, «nos detenemos a escuchar nuestro propio palpitar». Saber y sentirse vivos. ¿Acaso lo hacen? ¿O sólo cuando sienten que se les va la vida con tanto estrés y ansiedad?
La soledad debe considerarse bajo otro cristal, dejar de estigmatizarla. Aunque tampoco debemos exagerar y ser como esas falsas personas que dicen que bien podrían vivir solas. Si fuera cierto lo que dicen, ¿para qué nos enteran de ello? No hay que confundir el disfrutar la soledad en los días a tratar de huir de la sociedad. Porque se está huyendo de todo, menos de la sociedad. Me gusta pensar en aquella sentencia budista que dice:
Los caminos de Buda conllevan siempre un regreso.
Y es que justo, la gente que cree que se está yendo es la que no es consciente que tarde o temprano regresa, para encontrarse lo que creyó haber dejado atrás. ¿Para qué huir? Precisamente los momentos de soledad nos permiten centrarnos en lo que estamos viviendo, generar nuevas prioridades y ver de qué manera le plantamos cara a la adversidad. Incluso ver de qué manera mejorar lo que ya estamos haciendo bien.
Les podría decir que aprovechen: lean un buen libro, escuchen su música que más les gusta, salgan a andar en bicicleta, a caminar, vayan al cine sin tener que esperar a que alguien les acompañe; logren que no haya «demasiada mente»: que no se bombardeen a ustedes mismos(as) con cosas que son de otro tiempo (ayer o quizá mañana). Justo así debe ser, todo a su tiempo. Pero no lleguen a un punto en el que se culpen a ustedes mismas(as) de nunca tener tiempo para ustedes. Aprendan a estar con ustedes, dense la oportunidad de descubrir sin que les digan qué, ni cuándo ni cómo.
