Hegel y el reconocimiento

Queridos(as) lectores(as):

Una disculpa por tanto tiempo de ausencia, pero precisamente me faltaba tiempo para poderme sentar a compartir algo que, espero, sea de su interés.

Hace unos días, en una breve pero muy interesante conversación con colegas psicoanalistas, surgió el tema del reconocimiento. Como era el único con formación previa filosófica, y como Hegel fue uno de mis dolores de cabeza (un gusto verdaderamente culposo), traté de explicar cómo concebía él este tema.
Si uno se está buscando, por ejemplo, en la comida, el problema es que se va a buscar luego volver a comer y eso nos lleva al infinito malo. Así es la relación con las cosas materiales: se busca, se consigue, se consume y sigue faltando.
Los animales desean cosas. Los hombres en tanto que hombres pueden desear lo suprasensible, es decir, el deseo. Desear lo suprasensible, lo metafísico, es desear un deseo. Esto significa que se están enfrentando una conciencia con otra conciencia (un inconsciente contra otro inconsciente, diría la teoría psicoanalítica). ¿Qué desea una persona de otra persona? Lo que desea es ser deseado. Lo que desea es su deseo. En las relacionas entre personas, lo que se desea es el deseo del otro. Que el otro nos desee. Un juego de espejos que Hegel llamará reconocimiento (Anerkennung). Hacer válida una pretensión de legitimidad, es autorizarla como conciencia. Que se hagan valer sus derechos como conciencia. Sólo hay reconocimiento cuando es mutuo, si no, hay lucha. Hegel por ello dice que nos encontramos con el tema del espíritu. El espíritu siempre es colectividad, comunidad, siempre abarca a más de uno.

El espíritu es un yo que es un nosotros y un nosotros que es un yo

No es que uno busque reconocer la conciencia ajena, sino que se busca que el otro me reconozca. El problema se da aquí, cuando dos personas se enfrentan, las dos quieren lo mismo. Y quieren que el otro le reconozca. El problema es que no cede ni uno ni otro, porque al buscar ser reconocido, no se reconoce al otro. Es el mismo problema con el momento del entendimiento. En A son relaciones de fuerzas. Se busca que el otro me ayude a reconciliarme conmigo mismo.

¿Por qué entramos en la lucha sin esperar que el otro me reconozca?
Si no luchamos, corremos el riesgo de que nos vea como un objeto, y si pasa eso, nos va acabar. Cuando dos conciencias se encuentran, su primer relación es una lucha, un conflicto.

¿Qué pasa si uno mata al otro?
El asesino solamente podría encontrar su auto-conciencia en la auto-conciencia del otro. Por lo que los dos pierden: uno ya murió y el otro también renuncia a la auto-conciencia, pues el cadáver no lo puede reconocer. La lucha tiene que ser a muerte, pero la muerte es un fracaso para los dos. Que la lucha sea a muerte muestra que el hombre ya no es un animal. En los animales hay provocación, pero en condiciones normales no hay muerte, pues de nada sirve. En principio, un animal no mata a otro de su misma especie. (César, el protagonista de la trilogía del Planeta de los Simios nos lo recuerda: «Simio no mata simio»). El hombre no es materia, es deseo. Por eso está dispuesto a perder su materialidad, a morir, para ser reconocido. La disposición de la muerte por el respeto del otro. Esto, según Hegel, es indicio de espiritualidad. La otra opción es que en la lucha, uno de los dos se rinda. Entonces se establece una diferencia, el deseo que era igual, se diferencia. Y esto da paso a la dialéctica del amo y del esclavo (lo abordaremos en la siguiente entrada, lo prometo). Las relaciones humanas son siempre conflictivas y son siempre asimétricas.
La sustancia puede ser lo mismo, se puede identificar o reidentificar, pero sólo el sujeto se puede reconocer, pues es un sí mismo. Esa auto-conciencia que de alguna manera sale de sí y se confunden con el objeto, quiere volver a sí y para ello es el deseo. El deseo es lo que uno quiere asimilar. Hegel trastoca, pues el deseo será lo que está más relacionado con la auto-conciencia, ya que es el que se dirige a mi ser, el que lleva la asimilación. La auto-conciencia es el terreno del deseo, de la apetencia. Cuando uno desea, parece que desea cosas que no son yo, pero en el fondo se está deseando a sí en el fondo. El movimiento del deseo es siempre negatividad negante, pues se destruye al objeto deseado. Incluso cuando el ser humano desea cosas materiales, en realidad está mediando con el deseo de los demás. Tener ese objeto es, aparentemente, tener el reconocimiento de los otros. En el fondo lo que se quiere es el deseo de los demás, pues solamente encontrando ese deseo, yo puedo ser yo. Yo no puedo ser yo sin el otro. Al final, lo más importante en el deseo humano es el reconocimiento (Anerkennung). Hasta que el otro no me acepte como persona, yo no soy persona. Para tener auto-conciencia, debo ser mediado por la conciencia de otros.
El principio de la relación humana es un conflicto, y ese conflicto nos plantea la lucha por el reconocimiento. La única opción que tiene futuro es la subyugación, es decir, el dominio: amo y siervo (Herr-Sklave). Los hombres se separan entre vencedores y vencidos. El vencido renuncia a la independencia para asegurar la vida. Solamente arriesgando la vida se conserva la libertad. Ser sujetos es pasar por la inmediatez, por la negatividad. Uno está dispuesto a matar al otro porque el otro está dispuesto a matarlo. Buscar matar al otro es por buscar la esencia de uno. Aunque, paradójicamente, en el otro muerto no se podrá encontrar uno mismo. El otro es una conciencia, pero la visión de uno de ese otro está muy entorpecida.

Interesante, ¿no es verdad?

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