El silencio de los inocentes

Me he sentado en un parque, quería tomar un poco de sol y respirar aire fresco; disfrutar del ruido de la naturaleza perturbada por la ciudad, saborear un rico helado y dejar que mis piernas y mi espalda busquen un poco de alivio. Veo a muchos perros (cada vez hay más «ángeles sin alas»), gente que camina sin preocuparse. Pero lo más lindo es escuchar la risa de los niños que se divierten en los juegos. Todo bien…

Pero, en ese momento, viene a mi mente lo que me ha dolido por años: la triste realidad de la pederastia. Simple y sencillamente no puedo entender cómo es que hay quienes, buscando una satisfacción degenerada del deseo, arruinan y destruyen la vida de los inocentes niños. Son muchos los casos que suenan alrededor del mundo; muchos de ellos señalan a una institución milenaria: la Iglesia Católica. Porque han sido sus representantes (sacerdotes), evidentemente no todos, los que han cometido uno de los pecados/crímenes más terribles y que no gozan de perdón alguno, ni deben tenerlo.

Camino entre la fe y la razón, y por ello es que no puedo negar el dolor que siento sobre este tema, porque me atrevo a pensar que esos miserables no conocen para nada la fe. Pienso, por ejemplo, que no leyeron Mateo 18:1-6, que dice:

«»En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?» El llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.» «Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar.»»

Es una advertencia que se extiende fuera de la fe. Miramos el mundo y nos encontramos con el caos que los seres humanos han provocado desde que existen. Vemos las mismas historias tristes que se repiten una y otra vez por culpa de aquellos que ostentan el poder, poder que es capaz de poner a hermanos contra hermanos. La búsqueda del poder es lo que ocasiona: desear más y más. Y nos consta que, aunque existen, el hombre no conoce límites.

El perfil de un pedófilo es difícil de establecer, pero podemos encontrar un patrón interesante, que se muestra en el interés sospechoso que tiene para relacionarse con tanta insistencia con los niños. No confundamos el cariño y el apego con la obsesión. Ahora bien, el problema que no se ha estado «viendo» con claridad es saber interpretar el silencio de los niños. En la espacio psicoanalítico, TODO debe pasar por el análisis, porque incluso el silencio, a veces, «grita» muchas cosas que el discurso del paciente no está compartiendo. Tenemos que saber y entender que los niños son los más expuestos a la crueldad de los adultos, de ahí aprenden casi por mímesis y después descubrimos a los siguientes en una línea de dolor y tristeza.

¿Acaso sabemos escuchar a los niños? Comparto la siguiente anécdota:

Un día, J. regresó del colegio. Una institución de educación privada laica. Sin embargo, su mamá vio que estaba muy callado, de hecho, notablemente asustado. Le preguntó una y otra vez qué tenía, a lo que el pequeño le contestaba un «nada». Ya en la noche, el papá de J. regresó del trabajo y fue enterado de la situación misteriosa. Éste se acerca al niño y le vuelve a preguntar por qué estaba así, ya que no era normal verlo tan apagado. Los días pasaban y el estado de J. empeoraba más y más. Y el silencio seguía. Fue hasta que la mamá de J. asistió a la escuela para hablar con su maestra, la cual también había notado el cambio repentino del pequeñito. Tras platicarlo, entendieron que era necesario llevar a J. con un experto. Así fue. Después de algunas sesiones, el terapeuta pidió hablar con los padres de J. Diagnóstico: el pequeño había sido víctima de acoso sexual. ¿Cómo es posible? -preguntaron los papás alterados-. La información llegó a la escuela y se realizó una investigación. Curiosamente, varios padres también se habían estado presentando a la dirección de la escuela para pedir explicaciones sobre lo que estaba pasando con sus hijos. Fue hasta un día que salió de la boca de J. el nombre del supuesto responsable; dicha persona era familiar de la directora de la escuela. La policía fue avisada y la investigación realizada por ellos llevó a la detención de esa persona. El sujeto había estado tocando a los niños de manera inapropiada y les obligaba a guardar silencio, ya que si ellos hablaban, «él iba a ser muy malo con sus papás, y luego sería culpa de ellos».

El poder y dominio que ejerce un adulto sobre un niño puede ser tan grande que se hace de todos los medios para someterlo a su voluntad. El miedo es una herramienta básica para los pedófilos, quienes amenazan de formas distintas al niño y, peor aún, en ocasiones hasta los llegan a hacer sentir culpables de lo que sucedió. Recuerdo que un «obispo» un día soltó un polémico comentario: «Es culpa de algunos niños que seducen a los adultos». El problema con gente así, además de los pedófilos evidentemente, es que ocasionan que las pasiones se enciendan y la razón se apague, provocando el odio (entendible) de la sociedad, en este caso contra la Iglesia en general.

Pero, ¿qué respuesta ha dado la Iglesia Católica sobre estos desagradables casos? Muchos creen, y desgraciadamente hay hechos que lo sustentan, que las soluciones se dan con medidas de «prevención», cambiando a los sacerdotes sospechosos de diócesis, o bien que no hacen nada, sin embargo, la postura de la Iglesia en verdad ha ido cambiando con los años. Hoy por hoy, el Papa Francisco ha condenado enérgicamente la pedofilia por parte de sacerdotes, sobre todo ahora que ha salido a la luz el informe de la Fiscalía General de Pensilvania en el que se acusa a 300 sacerdotes de abusar sexualmente de mil niños (quizá de más). Las palabras fueron: vergüenza y dolor.

Hace unos años, salió un documental muy fuerte llamado Las Manzanas Podridas en las que el Vaticano brinda una respuesta contundente, donde son claros en mencionar que sus medidas han sido un fracaso, y donde se muestra, una vez más, que el hombre es capaz de todo, hasta de desobedecer al mismísimo Santo Padre, como lo hicieron varios obispos en Estados Unidos. Les comparto el documental: Manzanas podridas.

Hay que proteger, amar y siempre escuchar a los niños. La pedofilia, sea quien sea que la practique, es un crimen y no debe ser ni solapado ni silenciado. Mucho menos justificado.

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